Es la tercera vez que me sucede. Ya, ya sé que es una de esas situaciones que, se supone, sólo se dan en el cine, estoy de acuerdo, pero a mí ya es la tercera vez que me pasa.
A ver cómo lo explico. Me invitan a una celebración, algo que no me apetece nada pues supone interactuar con un mundo en el que no me siento nada cómodo, pero a lo que finalmente acudo pues quien me invita es alguien a quien admiro y respeto, y de ninguna manera quisiera ofenderle. Me tomo un par de copas y vuelvo, me digo. Pero cuando llego aquello parece un bautizo. Grandes mesas redondas con unas diez sillas alrededor, manteles, cubertería, botellas de vino. Lamento no haber leído con detenimiento la invitación, y lamento no haber traído a alguien. En mi mesa somos nueve. A saber: a mi izquierda una pareja a quien conozco de algo, no recuerdo qué, ellos sí parecen recordarlo, lo que provoca la primera situación embarazosa de la noche. A su lado dos turistas canadienses, con tanta dificultad para expresarse como facilidad para la carcajada. Y a mi derecha dos parejas jóvenes, gente de familia bien, de la de mucha peluquería y mucho gimnasio y piscina en el jardín, dispuestos de la siguiente manera: a mi derecha una muchacha delgadita y pechugona, a su lado su bronceadísimo novio, más allá el hermano de éste, con sus gafas sin montura y su reloj carísimo, y a su lado su novia, una chavala rubia y bajita de malévola mirada. La situación no es cómoda pero a pesar de eso, o quizás precisamente por eso, acabo desplegando mi yo más sociable, más simpático. El resto de la mesa también muestra una evidente disposición a pasar un buen rato, y es por eso que cuando llega la tercera botella de vino sobre la mesa ya flota una atmósfera agradable, divertida, fácil. Sí, se podría decir que disfruto de la velada. Se podría decir que estoy a gusto. Hasta que la pechugona comienza a meterme mano.
No exagero, no hablo de un roce inocente en un me pasas la ensalada, no hablo del inofensivo flirteo de las emparejadas. Hablo de te cojo la mano y me la pongo aquí, hablo de tiro una cuchara al suelo y te bajo la bragueta. Un escándalo. Yo, ya digo, veterano en estas lides, pongo a partir de ese momento toda mi atención en evitar los errores que anteriormente me condujeron hasta la agresión: no exagerar el disimulo, gesticular lo menos posible, esquivar la mirada del potencial agresor. Una situación tensa. Muy tensa. ¿Y por qué no se levantó y detuvo aquello delante de todos?, dirán. Porque yo no hago cosas como esa. ¿Y por qué no la llevó a un aparte y con mucho tacto le dijo que parase? Porque yo no hago cosas como esa.
Tras el banquete pasamos al bar contiguo. Música a gran volumen, copas, luces de colores. Y allí la cosa va a más, y luego a menos, y luego a peor, y luego a raro, y luego a mucho mejor. O, bueno, a mucho peor. O yo qué sé, a la mierda todo, joder, no sé por qué coño me estoy justificando.
martes, junio 24, 2008
blog comments powered by Disqus
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)