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viernes, enero 25, 2008
Los animales sólo piensan cosas prácticas
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lunes, enero 21, 2008
Y así pasaron muchas, muchas horas
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- Amigo, no te enfades, pero creo que hablo por todos cuando te digo que no tengo ni puta idea de qué demonios nos quieres decir.
A continuación, y tras mi mención a un nuevo juego de cuchillos con hoja de filo quirúrgico, pasamos a discutir el asunto de mi sociopatía, pero se llegó a la conclusión de que la misma no puede ser otra cosa que pose, pues tras un repaso no demasiado profundo me vi obligado a confesar que me salen no menos de cinco personas por las que daría mi vida sin dudarlo un instante. De ahí en adelante los temas de conversación pasaron a ser cada vez más barrocos aunque, por obra y arte de bodega y farmacia, a todos nos parecieron más divertidos. Así que paso a enumerar una serie de anécdotas sin orden claro, que tampoco lo tiene aún en mi cabeza. JM dijo que esperaba que no nos importase que hubiese invitado a la fiesta a X, una bella y joven presentadora de televisión, y todos nos reímos de él, risas que nos hizo tragar uno por uno cuando al rato, efectivamente, apareció X. Le comenté a Nerea que nunca me veo tan lúcido como cuando camino, y ella me dijo que nunca se ve tan lúcida como después de un orgasmo. Alguien apagó la música y se marcó un a capella de "Amanecí en tus brazos", interpretación que fue saludada con vítores y aplausos. JM le contó a X alrededor de una docena de chistes que incluían la palabra "pene". Se fundó a la vieja usanza, con saliva, el primer club de fans de la Mantequería Bravo. Y en un momento dado Marta me dijo que me notaba especialmente cariñoso con ella, y me preguntó qué me sucedía y que si pensaba dejarla.
Como me sucede siempre, no recuerdo cómo acabó la fiesta ni cómo se fue cada cual, y al despertar he tenido esa sensación que se tiene cuando se está pasando un mal momento, y los amigos te emborrachan, y a la mañana siguiente se agolpan en un sólo instante todos los sentimientos que te ahorró el periodo de embriaguez. No he acabado de localizar el origen del problema, no se me ocurre ninguno evidente, aunque en todo caso luego me he levantado, he visto la mesa del salón llena de vasos manchados de carmín, una de mis visiones favoritas, y se me ha pasado.
jueves, enero 17, 2008
Contigo, hipoxifilia y cebolla
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martes, enero 15, 2008
Quizás otra vez te echaré la culpa a tí
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- El azar no ha estado de nuestro lado.
- El azar nos ha dado la espalda.
Luego el azar nos ha sonreído. En las bases del campeonato se reflejaba que una de las parejas eliminadas en primera ronda sería respescada para la segunda mediante sorteo puro y duro. Y hemos resultado agraciados. Y hemos jugado la segunda ronda, en lo que ha resultado ser una de las partidas más cortas de la historia del mus. Casi no nos ha dado tiempo a sentarnos. Una derrota sin paliativos. Esta vez le hemos echado la culpa a las cartas.
- Si no te salen cartas no se puede jugar.
- Sin cartas es imposible.
Le hemos echado la culpa al azar, a las cartas y después, según avanzaba la noche, cada vez más el uno al otro. Y así hasta que a las tantas en un bar nos hemos enzarzado con tres chavalas. Sebas ha bailado con dos de ellas, y sujetaba su copa y movía los hombros y les hacía reír, y yo he charlado con la otra junto a la barra. Llevábamos una borrachera similar, melancólica y palabrosa, por lo que la conversación se ha desarrollado con fluidez. Yo le he contado que para mí el disco del año ha sido el de Burial y la película del año la de Tarantino, y ella me ha dicho que para ella el ingrediente de ensalada del año ha sido la anchoa y el color de pintauñas del año el negro. Luego me ha dado un ataque de intimidad y le he confesado que durante años llevé a cuestas una pena muy grande, en un saco enorme echado a la espalda, y que aunque ahora esa pena me cabría en un bolsillo, yo aún no me he deshecho del saco. Ella me ha propuesto que fuésemos a mi casa. Le he dicho que no era posible, que había una mujer en mi cama. Y entonces me ha propuesto que fuésemos a la suya. Le he aclarado que al decirle que había una mujer en mi cama no estaba haciendo constar un problema de índole logística, sino moral, y luego he hecho una broma para suavizar en lo posible el rechazo. No sé si ha funcionado, pues el alcohol le hurtaba a su rostro toda gestualidad, o a mí toda capacidad de desentrañarla, que también puede ser. Ella ha seguido hablando.
- ¿Y qué opina la mujer de tu cama de lo del saco?
- No se lo he contado.
- Pues deberías. A las mujeres suele gustarnos que nos permitan compartir ese tipo de cargas.
- Igual tienes razón. Oye, ¿sigue en pie lo de ir a tu casa?
- No, ya no.
viernes, enero 11, 2008
Siento como si... como si... ¡como si bailase!
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Salgo del centro comercial, camino un par de manzanas y llego al lugar donde he quedado con Martina, quien poco después llega, a la carrera, ataviada con un pantalón de chandal negro ajustado, una sudadera roja con capucha y una bufanda negra. Viene de correr por el parque y trae el gesto a la vez exhausto y satisfecho de quien acaba de completar una tarea agotadora pero, eso estima, necesaria. Estos días a todo el mundo le da por extirparse los excesos navideños a golpe de flagelo, pero no es mi caso pues yo, como cada año, en estas fechas he perdido peso. Me fijo en su flequillo empapado y desordenado sobre la frente, en el pelo recogido en una coleta, y en las gotas de sudor que salpican sus mejillas y que ayudan a abundar en esa sensación de marea alta que suelen convocar sus ojos, tan grandes y tan azules. La contemplo e imagino cantábricos, y olas que se deshacen espumosas contra los acantilados, y hectareas de vegetación salvaje creciendo al borde de playas inaccesibles. Le digo que se acerque y ella lo hace, inocente y expectante. Cuando la tengo lo suficientemente cerca inclino mi cabeza, y la olfateo. Me empuja. ¡Serás cerdo!. Se ríe. ¡Menudo cochino!. Más tarde, al despedirnos, le hago el gesto de iniciar un abrazo, pero esta vez no pica. ¡Y una mierda!. Y suelta otra carcajada. Mientras se aleja le miro el trasero. Ella no se gira, pero me intuye, y desliza sus manos sobre la espalda y me dedica dos puños cerrados, los dedos corazón extendidos.
Llego a casa y permanezco de pie en el centro del salón, concentrado en el cuadro que hay sobre el sofá, esa mirada indescifrable de dos metros de ancho que, a pesar de los años que lleva conmigo, aún no he convertido en cotidiana y por tanto en invisible. Luego pienso en los eneros. Me gustan los eneros.
martes, enero 08, 2008
Match
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viernes, enero 04, 2008
El amigo de las tormentas
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