martes, enero 15, 2008

Quizás otra vez te echaré la culpa a tí

Sebas y yo nos hemos apuntado a un campeonato de mus. Hemos pasado una semana excitadísimos, afilando estrategias, coordinando movimientos, repasando todas las películas del género. Cincinnati Kid, Rounders, El Golpe, California Split. Nos sentíamos imbatibles. Y nos han eliminado en primera ronda. Aquello no ha sido una derrota, ha sido una masacre. Le hemos echado la culpa al azar.
- El azar no ha estado de nuestro lado.
- El azar nos ha dado la espalda.
Luego el azar nos ha sonreído. En las bases del campeonato se reflejaba que una de las parejas eliminadas en primera ronda sería respescada para la segunda mediante sorteo puro y duro. Y hemos resultado agraciados. Y hemos jugado la segunda ronda, en lo que ha resultado ser una de las partidas más cortas de la historia del mus. Casi no nos ha dado tiempo a sentarnos. Una derrota sin paliativos. Esta vez le hemos echado la culpa a las cartas.
- Si no te salen cartas no se puede jugar.
- Sin cartas es imposible.
Le hemos echado la culpa al azar, a las cartas y después, según avanzaba la noche, cada vez más el uno al otro. Y así hasta que a las tantas en un bar nos hemos enzarzado con tres chavalas. Sebas ha bailado con dos de ellas, y sujetaba su copa y movía los hombros y les hacía reír, y yo he charlado con la otra junto a la barra. Llevábamos una borrachera similar, melancólica y palabrosa, por lo que la conversación se ha desarrollado con fluidez. Yo le he contado que para mí el disco del año ha sido el de Burial y la película del año la de Tarantino, y ella me ha dicho que para ella el ingrediente de ensalada del año ha sido la anchoa y el color de pintauñas del año el negro. Luego me ha dado un ataque de intimidad y le he confesado que durante años llevé a cuestas una pena muy grande, en un saco enorme echado a la espalda, y que aunque ahora esa pena me cabría en un bolsillo, yo aún no me he deshecho del saco. Ella me ha propuesto que fuésemos a mi casa. Le he dicho que no era posible, que había una mujer en mi cama. Y entonces me ha propuesto que fuésemos a la suya. Le he aclarado que al decirle que había una mujer en mi cama no estaba haciendo constar un problema de índole logística, sino moral, y luego he hecho una broma para suavizar en lo posible el rechazo. No sé si ha funcionado, pues el alcohol le hurtaba a su rostro toda gestualidad, o a mí toda capacidad de desentrañarla, que también puede ser. Ella ha seguido hablando.
- ¿Y qué opina la mujer de tu cama de lo del saco?
- No se lo he contado.
- Pues deberías. A las mujeres suele gustarnos que nos permitan compartir ese tipo de cargas.
- Igual tienes razón. Oye, ¿sigue en pie lo de ir a tu casa?
- No, ya no.
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