jueves, enero 17, 2008

Contigo, hipoxifilia y cebolla

Hace muchos años tuve una novia junto a quien pasaba las tardes de domingo en una cafetería, siempre la misma, devorando un sandwich mixto con huevo, en el televisor los goles de la última jornada. Desde entonces esa viene a ser para mí la definición de aburrimiento. Eso he recordado hoy sentado en una cafetería junto a Marta, devorando un sandwich mixto, en el televisor la sección deportiva de un telediario. Tras el escalofrío me he cambiado de asiento, he dado la espalda al televisor y he ido sacando temas de conversación intrascendentes, espoleado por el extraño efecto euforizante de según qué resacas. Hemos acabado hablando de la muerte del poeta, y he sugerido que tales acontecimientos son siempre una tragedia que va más allá de la eventual valía del difunto, por el simple hecho de que poetas apenas quedan. En el siglo XIX a nadie le preocupaba la muerte de la siguiente ballena. He añadido que hay determinadas personalidades que jamás deberían abandonarnos, como son los poetas, o el señor del acordeón que te da los buenos días a la entrada del centro comercial, o la señora gruñona de la tienda de chucherías de la esquina, por su condición de irremplazables, de únicos en su género. Marta, mientras, ha ido dejando sus comentarios aquí y allá, a veces mostrando un acuerdo y a veces una discrepancia, haciendo como que no pasaba nada. Pero yo sé bien que su cabeza estaba en otra parte. En realidad se estaba haciendo un puñado de preguntas. Se preguntaba donde cojones pasé yo ayer la noche, y se preguntaba si no sería demasiado temerario el preguntarlo, y se preguntaba si todo esto merece la pena. Y aunque la respuesta a esa última pregunta está clarísima, supongo que ella aún tardará unas cuantas semanas en verlo. Siempre tardan. No sé si he hablado alguna vez de uno de los sueños recurrentes que tengo, uno en el que aparezco manejando una de esas enormes grúas que se emplean en demoliciones, esas de cuyo extremo cuelga una enorme bola maciza capaz de derribar una fachada de un sólo golpe. Está claro: una maquinaria demoledora, una sustancia letal derramada en la cabecera de un río, un pirómano en una gasolinera, por ahí debe de ir el símil. Supongo. O no. Yo qué sé. Hay días en los que no acierto a decidir qué sería lo correcto, si apuntarme a nadar o volar una presa.
blog comments powered by Disqus