Quedo con JM y Sebas para celebrar el cumpleaños de este último y bla bla blabla bla blabla bla bla y acabamos en un puticlub. Aunque pueda resultar paradójico, lo hacemos porque hoy no nos sentimos con el ánimo necesario para interactuar con el otro sexo. Tememos que si vamos a un bar al uso podamos encontrarnos allí con la mujer de nuestros sueños, y que ésta nos vea en tan deplorable estado. Abatidos, aburridos, dementes, sin chispa. Fatal. Así que preferimos convalecer en un lugar más caótico, uno en el que igual te cruces con una mirada asesina que con un cuñado, en el que igual asistas a una reyerta con dos muertos que a una despedida de soltero.
Una vez instalados (mesa de cristal tintado, sofás de skai, mosaicos de espejos en las paredes, todo en orden) pasamos a compartir nuestras inquietudes. El primero en tomar la palabra es Sebas, y lo hace con todo un clásico: "cuando pasen estas navidades, me retiro". Mientras habla, una señorita rubia llega, se sienta en sus rodillas y le atusa el flequillo. Sebas sigue hablando, totalmente ajeno a su presencia, y nos cuenta que hace poco estuvo en casa de los padres de su chica y que mientras hablaban de muebles de cocina, zas, su suegro se quedó dormido. Y que le pareció una imagen preciosa, tanto que él desde ahora quiere ser ese hombre, ese que come con su nuero y habla de muebles de cocina y se sienta en el sofá y se duerme. JM y yo le miramos como diciendo "no cuela", y la rubia le dice "cariño, tú lo que necesitas es un buen polvo". Nos reímos. Luego JM nos comenta que han pasado ya tres meses desde que decidió hacerse vegano, pero que empieza a preocuparse porque de repente se le pasan por la cabeza cosas muy raras, como que debería comprarse un perro, o hacer un viaje a Túnez, o, incluso, acudir a votar en las próximas elecciones generales. Sebas y yo le miramos como diciendo "pues sí que es grave lo tuyo, sí", y la rubia le dice "cariño, eso te lo arreglaba yo con un buen polvo". Nos reímos. Y a continuación yo les digo que estos días ando apostando por un nuevo enfoque con el que tratarme el naufragio sentimental. Yo hasta ahora conocía a una mujer que me gustaba, y a continuación, durante el tiempo que durase la relación, horas, días, meses, me dedicaba a sacarle defectos. Pero estos días, en cambio, vivo con una mujer que no me gusta, con la idea de, según pasen los días, ir encontrándole virtudes. Sebas y JM me miran como diciendo "nada, no tienes arreglo, estás tontísimo". La rubia, también.
jueves, noviembre 29, 2007
martes, noviembre 27, 2007
De polvos y lodos
Me dice que necesita darle otro rumbo a su vida, y se acerca y se encoge de hombros y baja la voz, elevando sus palabras a la categoría de confidencia. Dice que se siente atrapada en su trabajo, en sus amistades, en su ocio y hasta en sus rutinas. Dice que le gustaría cambiarlo casi todo, pero que en el entorno actual no le es posible, porque no se atreve, porque la conocen demasiado bien, porque hay cosas que solo puedes cambiar si no existe nadie que se crea con el derecho a cuestionarte. Dice que le gustaría empezar de cero. Pienso en decirle que yo he empezado de cero unas cuantas veces y que no, que al final no cambia nada, porque en el fondo somos lo que somos y el problema son los otros. Pero no le digo nada, pues a estas alturas ya he descubierto que no necesita conversación sino atención. Y le dejo que siga hablando de su ciudad ideal, de su trabajo ideal o de su vida soñada, aunque en sus maneras adivino que hay tantas posibilidades de que se atreva a romper con todo como de que yo empiece mañana a despachar en una frutería. Comprendo que esto no es una declaración de intenciones sino un exorcismo, y yo no tengo inconveniente alguno en ejercer de agua bendita.
Al final la cosa acaba como acaban siempre que llevas una buena mano.
Existen dos tipos de mujeres dependiendo de su comportamiento el día después: las que se van y las que se quedan. Las primeras son las inteligentes, las que te intuyeron la maldición y se visten en silencio y al irse te dan un beso en la frente y te desean buena suerte mientras tú te haces el dormido. Las segundas se levantan y se ponen a barrerte la casa, no sé muy bien por qué, supongo que será un marcar territorio, un mear cada árbol. A mí las que me gustan son las primeras. La mujer que quiere cambiar su destino es de las segundas. Hoy al levantarme la he encontrado en el salón, plumero en ristre.
- ¡Buenos días, dormilón!
Entonces he pensado varias cosas. He pensado en decirle que he quedado a comer con mi agente de la condicional, he pensado en decirle "ese ragout que hay en la nevera no es de ternera, Clarice", y he pensado en enviarla a comprar algo y en el intervalo cambiar la cerradura. Pero no he hecho nada de eso. En cambio, me he acercado, la he lanzado contra el sofá y he comenzado a hacerle cosquillas. No sé por qué he actuado de esa manera. No todo ha de tener un por qué.
Al final la cosa acaba como acaban siempre que llevas una buena mano.
Existen dos tipos de mujeres dependiendo de su comportamiento el día después: las que se van y las que se quedan. Las primeras son las inteligentes, las que te intuyeron la maldición y se visten en silencio y al irse te dan un beso en la frente y te desean buena suerte mientras tú te haces el dormido. Las segundas se levantan y se ponen a barrerte la casa, no sé muy bien por qué, supongo que será un marcar territorio, un mear cada árbol. A mí las que me gustan son las primeras. La mujer que quiere cambiar su destino es de las segundas. Hoy al levantarme la he encontrado en el salón, plumero en ristre.
- ¡Buenos días, dormilón!
Entonces he pensado varias cosas. He pensado en decirle que he quedado a comer con mi agente de la condicional, he pensado en decirle "ese ragout que hay en la nevera no es de ternera, Clarice", y he pensado en enviarla a comprar algo y en el intervalo cambiar la cerradura. Pero no he hecho nada de eso. En cambio, me he acercado, la he lanzado contra el sofá y he comenzado a hacerle cosquillas. No sé por qué he actuado de esa manera. No todo ha de tener un por qué.
viernes, noviembre 23, 2007
Prayers on fire
Estos días apenas paro en casa. Estos días voy con el portátil a la oficina y allí pido un café y mientras desvalijo un wifi me detengo en las piernas de las camareras, el largo de los abrigos de los transeúntes o el olor a fritanga que desprende la cocina, cualquier cosa que me permita ausentarme de la tiranía de las fechas de entrega y los compromisos acordados. Luego cae la noche y participo en debates en los que vehemente defiendo cosas que me importan demasiado poco, y asisto a conciertos que disfruto pero que al día siguiente olvido. Y trato en todo momento de evitar a los seres que me quieren, y acabo durmiendo vestido en casa de desconocidos. E imagino catástrofes íntimas y corazones a romper mientras acumulo tareas para ayer. Y sólo soy capaz de hacerme gracia cuando me reconozco insignificante, y sólo soy capaz de soñar cuando me sé trivial. Ayer soñé con una mujer de corazón puro y mirada sincera, alguien a quien nadie en su sano juicio dejaría escapar, y cuando desperté esa mujer estaba a mi lado. No es licencia poética, es que en efecto estaba a mi lado. Y al verla recordé la primera mirada y la primera sonrisa y la primera palabra y el último suspiro, y por suerte apenas me costó nada el comenzar a odiarla. Hoy en cambio he soñado con un gato, un gato gordo que dormía a los pies de mi cama. Pero esta vez cuando desperté el gato no estaba. Ni el gato ni la mujer de la mirada sincera. Allí tan sólo había, sobre la mesilla, una botella medio vacía, un vaso manchado de carmín y restos de farlopa barnizando el anverso de una fotografía en la que una pareja sonríe y dice "patata" y hay una noria detrás. No es metáfora, tan sólo una foto vieja. Fotos viejas brotando de los cajones, tiradas por el suelo, clavadas bocabajo en la pared. Por eso estos días apenas paro en casa, y por eso estos días soy ese que acecha a tu novia apostado en una esquina y ese que le ofrece caramelos manipulados a tu hijo y ese que introduce tuercas en sus guantes antes de salir a boxear. Ese que cuando quiso dejar de añorar descubrió que ya era demasiado tarde. Ese.
martes, noviembre 20, 2007
Una noche en la ópera
"¿Qué hacemos en este pueblo de mierda?". Nos hacemos la misma pregunta una y otra vez, no como expresión de una duda -sabemos perfectamente qué hemos venido a hacer a este pueblo- sino de una certeza: este pueblo es un auténtico estercolero, arquitectónico, climatológico y humano. ¿Qué coño hacemos en este pueblo de mierda? Nos lo preguntamos al llegar y nos lo seguimos preguntando cuando, ya de noche, el barman nos comunica que hemos acabado con todo el whisky que había en el hotel. Entonces nos vamos a una discoteca. Una discoteca de mierda en un pueblo de mierda.
En la discoteca nuestra presencia es como un faro. Allí nuestros modos de urbanita están de más y nuestra actitud hace presagiar un fin de velada agitado. De los altavoces brota un worst of de música infame que los lugareños -allí el que no tiene una tara tiene tres- bailan como si se hubiesen dado un golpe en la cabeza. Nos reimos. No deberíamos. Un grupo de crías se acerca y comienzan a bailar a nuestro lado. Una de ellas se sitúa frente a mí, apenas a un metro. No aparenta más de quince años y su aspecto es desastroso: camiseta escotada dos tallas menor de lo aconsejable, pantalón de pana de un color imposible y botas de montaña. Sin embargo hay algo que hace que el conjunto resulte coherente, y ese algo es una mirada que luce, amén de una evidente ingesta de estupefacientes, la seguridad de quien sabe sin la menor duda lo que quiere, de quien nada se cuestiona, de quien se sabe dinamita. De repente esa chiquilla me resulta la presencia más real posible. Y eso me lleva a cometer el error: le sonrío. Bingo. Inmediatamente, un troglodita se acerca.
- ¿Estás ligando con mi hermana, payaso?
En estados de peligro inminente el cuerpo humano genera adrenalina. Es un mecanismo de defensa a través del cual se subliman los reflejos necesarios para hacer frente a la amenaza, o en su caso esquivarla. Bien. Yo carezco de ese mecanismo. Ante la inminencia de un cuerpo a cuerpo yo me veo incapaz de hacer algo que no sea reír. Especialmente cuando he bebido. Y no lo hago como reacción nerviosa, todo lo contrario, lo hago porque de verdad esas situaciones me resultan hilarantes. La fanfarronería, la amenaza, todo. Y me río, y entre risas no dejo de decir incongruencias, las cuales tan sólo consiguen enervar aún más al adversario.
- Qué, ¿te hace mucha gracia?
- Eso no me lo dices a la cara.
- ¿Cómo que no te lo digo a la cara...?
- Venga, suelta la espada y pelea como un hombre.
- ¿Q-qué espada? ¿Te estás riendo de mí?
- ¡Que sueltes la espada!
Si gozase del mecanismo de defensa que mencionaba el desenlace podría ser otro. Pero, como no lo tengo, aquello acaba como era de esperar: con un sopapo que me deja sentado en el suelo. El cavernícola no aguanta más y me lanza una mano. Sus nudillos tan sólo me rozan, él también ha bebido, pero de pasada me alcanza en la frente con su antebrazo. Me quedo sentado en el suelo, aturdido. Levanto la vista y veo una montonera: los míos, los otros, los de seguridad de la discoteca. Y no puedo parar de reír. Me gustaría reaccionar, pero las carcajadas me lo impiden. En medio de ese océano de mandíbulas apretadas y miradas afiladas veo a la niñata que ejerció de cebo. Ella es la única que no bracea. Ella tan sólo ríe. Como yo. Y cuanto más nos miramos más reímos. Finalmente se hace paso entre la multitud, llega hasta mí y se agacha para hablarme.
- Tío, estás como una puta cabra, ¿lo sabes?
- Pues anda que tú.
En la discoteca nuestra presencia es como un faro. Allí nuestros modos de urbanita están de más y nuestra actitud hace presagiar un fin de velada agitado. De los altavoces brota un worst of de música infame que los lugareños -allí el que no tiene una tara tiene tres- bailan como si se hubiesen dado un golpe en la cabeza. Nos reimos. No deberíamos. Un grupo de crías se acerca y comienzan a bailar a nuestro lado. Una de ellas se sitúa frente a mí, apenas a un metro. No aparenta más de quince años y su aspecto es desastroso: camiseta escotada dos tallas menor de lo aconsejable, pantalón de pana de un color imposible y botas de montaña. Sin embargo hay algo que hace que el conjunto resulte coherente, y ese algo es una mirada que luce, amén de una evidente ingesta de estupefacientes, la seguridad de quien sabe sin la menor duda lo que quiere, de quien nada se cuestiona, de quien se sabe dinamita. De repente esa chiquilla me resulta la presencia más real posible. Y eso me lleva a cometer el error: le sonrío. Bingo. Inmediatamente, un troglodita se acerca.
- ¿Estás ligando con mi hermana, payaso?
En estados de peligro inminente el cuerpo humano genera adrenalina. Es un mecanismo de defensa a través del cual se subliman los reflejos necesarios para hacer frente a la amenaza, o en su caso esquivarla. Bien. Yo carezco de ese mecanismo. Ante la inminencia de un cuerpo a cuerpo yo me veo incapaz de hacer algo que no sea reír. Especialmente cuando he bebido. Y no lo hago como reacción nerviosa, todo lo contrario, lo hago porque de verdad esas situaciones me resultan hilarantes. La fanfarronería, la amenaza, todo. Y me río, y entre risas no dejo de decir incongruencias, las cuales tan sólo consiguen enervar aún más al adversario.
- Qué, ¿te hace mucha gracia?
- Eso no me lo dices a la cara.
- ¿Cómo que no te lo digo a la cara...?
- Venga, suelta la espada y pelea como un hombre.
- ¿Q-qué espada? ¿Te estás riendo de mí?
- ¡Que sueltes la espada!
Si gozase del mecanismo de defensa que mencionaba el desenlace podría ser otro. Pero, como no lo tengo, aquello acaba como era de esperar: con un sopapo que me deja sentado en el suelo. El cavernícola no aguanta más y me lanza una mano. Sus nudillos tan sólo me rozan, él también ha bebido, pero de pasada me alcanza en la frente con su antebrazo. Me quedo sentado en el suelo, aturdido. Levanto la vista y veo una montonera: los míos, los otros, los de seguridad de la discoteca. Y no puedo parar de reír. Me gustaría reaccionar, pero las carcajadas me lo impiden. En medio de ese océano de mandíbulas apretadas y miradas afiladas veo a la niñata que ejerció de cebo. Ella es la única que no bracea. Ella tan sólo ríe. Como yo. Y cuanto más nos miramos más reímos. Finalmente se hace paso entre la multitud, llega hasta mí y se agacha para hablarme.
- Tío, estás como una puta cabra, ¿lo sabes?
- Pues anda que tú.
jueves, noviembre 15, 2007
Croquetas
Ayer por la noche me encontraba en casa, no tanto aburrido como aletargado, cuando sonó el timbre de mi puerta. Abrí, y allí estaba mi vecina, con un DVD en una mano y un tupper lleno de croquetas en la otra.
- ¿Te apetece ver una peli?
Pusimos la peli, Spider-Man, y estuvimos hablando de todo un poco mientras dábamos cuenta de las croquetas. Ella me contó que estas navidades tiene pensado regalarle un portátil a su hermana pequeña, y yo le conté que llevo ya un par de semanas en las que si me quedo muy quieto y presto atención puedo oír a los fantasmas despertar y comenzar a organizarse. Luego ella me contó que éste ha sido un buen año para su empresa y que no descarta que le caiga un generoso incentivo a fin de año, y yo le conté que hay días en los que despierto y no recuerdo quién soy, y que en ocasiones pasan horas y sigo sin recordarlo, y entonces me veo obligado a fingir que soy una persona cualquiera, para ir tirando. Y más tarde ella me contó que a finales de mes tiene que hacer un viaje de trabajo a Asturias y que aprovechará para visitar a unos amigos, y yo le conté que últimamente no escucho otra cosa que no sea el último de Burial, y que existe en él un pequeño rincón, situado entre las tres melodías cruzadas de uno de sus temas, que ahora mismo me parece el lugar más seguro del mundo, el mejor hogar posible.
Cuando se acabaron película y croquetas mi vecina se levantó, me dio las buenas noches y se fue. Esta mañana nos hemos encontrado en el descansillo y me ha dicho que ayer tras volver a su casa, en la cama, estuvo dándole vueltas a las cosas que yo le había contado, y yo le he dicho que vaya casualidad, que yo también había estado pensando en las cosas que ella me había contado. Eso le he dicho, pero es mentira. En realidad estuve pensando en mí mismo. Como siempre.
- ¿Te apetece ver una peli?
Pusimos la peli, Spider-Man, y estuvimos hablando de todo un poco mientras dábamos cuenta de las croquetas. Ella me contó que estas navidades tiene pensado regalarle un portátil a su hermana pequeña, y yo le conté que llevo ya un par de semanas en las que si me quedo muy quieto y presto atención puedo oír a los fantasmas despertar y comenzar a organizarse. Luego ella me contó que éste ha sido un buen año para su empresa y que no descarta que le caiga un generoso incentivo a fin de año, y yo le conté que hay días en los que despierto y no recuerdo quién soy, y que en ocasiones pasan horas y sigo sin recordarlo, y entonces me veo obligado a fingir que soy una persona cualquiera, para ir tirando. Y más tarde ella me contó que a finales de mes tiene que hacer un viaje de trabajo a Asturias y que aprovechará para visitar a unos amigos, y yo le conté que últimamente no escucho otra cosa que no sea el último de Burial, y que existe en él un pequeño rincón, situado entre las tres melodías cruzadas de uno de sus temas, que ahora mismo me parece el lugar más seguro del mundo, el mejor hogar posible.
Cuando se acabaron película y croquetas mi vecina se levantó, me dio las buenas noches y se fue. Esta mañana nos hemos encontrado en el descansillo y me ha dicho que ayer tras volver a su casa, en la cama, estuvo dándole vueltas a las cosas que yo le había contado, y yo le he dicho que vaya casualidad, que yo también había estado pensando en las cosas que ella me había contado. Eso le he dicho, pero es mentira. En realidad estuve pensando en mí mismo. Como siempre.
martes, noviembre 13, 2007
Matarile
Pierdes las llaves de tu casa tres veces en apenas diez días. De las cuatro personas que guardan otro juego de llaves, una está de viaje, otra vive demasiado lejos y con otra no hablarías ni aunque fuese la única llamada que te permitiesen hacer desde la cárcel. Así que llamas a tu ex, y ella en cuanto descuelga el teléfono ya sabe, porque te conoce, que vas medio borracho. La primera vez le hace gracia y se ríe, y te dice que no es molestia y que no me digas que estoy muy guapa y que no te pongas pesado, y que te vayas y que te acuestes. La segunda vez muestra su preocupación. Y la tercera te dice que tengas cuidado, que estás perdiendo el control. Tú lo niegas, claro, y te defiendes, pero al fin y al cabo estás borracho y de tu boca sólo salen un puñado de balbuceos lamentables. Así que al día siguiente la llamas. No tienes por qué darle ninguna explicación, pero quieres demostrarle que se equivoca, que estás perfectamente, que tu ingenio sigue intacto y que aún puedes hacerle pasar un buen rato. Que aún le puedes hacer reír. Y le invitas a un concierto que hay el jueves, pero ella te dice que debe levantarse temprano, así que le propones acompañarte a un evento deportivo que se celebra el día después del concierto. Y acepta.
Y ella no va al concierto pero tú sí, y la noche se transforma en un laberinto, y al día siguiente has quedado a las cinco y a las cuatro te estás lavando el pelo por tercera vez y los dientes por cuarta. Y ella en cuanto te ve llegar sabe, porque te conoce, que vas de resaca. Y todo empieza a ir mal. Y llegas al recinto y te saluda la azafata de un stand y te da dos besos y te pide que la invites a tu próxima fiesta, que en la última se lo pasó genial. Y tu ex se da cuenta, porque te conoce, de que no recuerdas a esa mujer ni recuerdas de qué fiesta habla. Y te dedica un gesto de desaprobación, y entonces sabes que está preguntándose qué tipo de persona no recuerda a alguien que ha tenido en su propia casa. Y unos metros más allá ves a alguien a quien sí recuerdas aunque preferirías no hacerlo. Y tratas de evitarla. Pero has estado demasiado lento y ella, azafata también, otro stand, te reconoce y se acerca y te da dos besos y durante noventa interminables segundos exhibe su dialéctica de preescolar. Y tu ex te dedica otro gesto de desaprobación, y entonces sabes que está preguntándose qué clase de persona se mezcla con semejantes descerebradas. Y esa desaprobación, lo sabes, porque la conoces, se multiplica cuando a lo largo de los siguientes cincuenta metros aún te saludan otras dos azafatas más. Y entonces sabes que se está preguntando qué clase de persona conoce a la mitad de las azafatas de un evento de esas características. Y tiene razón, por Dios, claro que la tiene. Es ridículo.
Luego la tarde avanza y la cosa no mejora, más bien al contrario, porque tú estás demasiado cansado y demasiado espeso, y ella demasiado lejos. Y más tarde vuelves a casa y comprendes que las cosas están hoy un poco peor que ayer. Y te acuestas para dejar morir tan nefasto día, pero no puedes dormir, así que te levantas y llamas a unos amigos y quedas con ellos en un bar. Para hablar, para sacarte todo ese peso de encima. Y sales de casa, pero esta vez te llevas dos juegos de llaves. Y te guardas uno en el pantalón y otro en la chaqueta. Por si acaso.
Y ella no va al concierto pero tú sí, y la noche se transforma en un laberinto, y al día siguiente has quedado a las cinco y a las cuatro te estás lavando el pelo por tercera vez y los dientes por cuarta. Y ella en cuanto te ve llegar sabe, porque te conoce, que vas de resaca. Y todo empieza a ir mal. Y llegas al recinto y te saluda la azafata de un stand y te da dos besos y te pide que la invites a tu próxima fiesta, que en la última se lo pasó genial. Y tu ex se da cuenta, porque te conoce, de que no recuerdas a esa mujer ni recuerdas de qué fiesta habla. Y te dedica un gesto de desaprobación, y entonces sabes que está preguntándose qué tipo de persona no recuerda a alguien que ha tenido en su propia casa. Y unos metros más allá ves a alguien a quien sí recuerdas aunque preferirías no hacerlo. Y tratas de evitarla. Pero has estado demasiado lento y ella, azafata también, otro stand, te reconoce y se acerca y te da dos besos y durante noventa interminables segundos exhibe su dialéctica de preescolar. Y tu ex te dedica otro gesto de desaprobación, y entonces sabes que está preguntándose qué clase de persona se mezcla con semejantes descerebradas. Y esa desaprobación, lo sabes, porque la conoces, se multiplica cuando a lo largo de los siguientes cincuenta metros aún te saludan otras dos azafatas más. Y entonces sabes que se está preguntando qué clase de persona conoce a la mitad de las azafatas de un evento de esas características. Y tiene razón, por Dios, claro que la tiene. Es ridículo.
Luego la tarde avanza y la cosa no mejora, más bien al contrario, porque tú estás demasiado cansado y demasiado espeso, y ella demasiado lejos. Y más tarde vuelves a casa y comprendes que las cosas están hoy un poco peor que ayer. Y te acuestas para dejar morir tan nefasto día, pero no puedes dormir, así que te levantas y llamas a unos amigos y quedas con ellos en un bar. Para hablar, para sacarte todo ese peso de encima. Y sales de casa, pero esta vez te llevas dos juegos de llaves. Y te guardas uno en el pantalón y otro en la chaqueta. Por si acaso.
viernes, noviembre 09, 2007
Te quiero menos, ahora que te conozco
No sé muy bien como explicarlo, pero podría comenzar por decir que en ocasiones me gustaría ser capaz de rebajar mis expectativas. Atemperar objetivos y maneras y disfrutar de ambiciones de las de a diario. Mudarme al extrarradio a disfrutar de los picos de ánimo de un trabajo de diez a siete, y ocupar las horas de ocio en la bodega de la esquina hablando del último regate de Messi o del más reciente estreno de Antena 3. Volver al barrio, refugiarme en el vecindario, descansar en brazos del grupo, situar una red de familiaridad bajo el trapecio y dejarme ir, sabiéndome no todo sino parte. Aunque, ¿lo ven? Ya estoy otra vez igual. Empleando términos que me son ajenos. Barrio, origen, volver. Cuando a ninguno de esos lugares es posible acudir si no ha sido previamente punto de partida. Barrio, origen, pertenencia. Una quimera para alguien que arrastra cuatro acentos distintos producto de unas raíces barrocas y una infancia deslocalizada. Unas raíces barrocas que vienen bien para llenar media hora de conversación casual con la primera descerebrada que cometa el error de darme conversación en cualquier barra, pero que me vetan la posibilidad de sumergirme en localismo alguno. Y una infancia deslocalizada que hace del concepto de origen una fotografía movida, un mapa lleno de tachones. Y cuatro acentos que no sirven para nada de lo que merezca la pena hablar. Ni barrio ni raíces ni apenas familia. Atrapado, sin posibilidad de desacelerar, sin la opción de permitir que sean otros los que empujen un rato. ¿Entienden lo que les quiero decir? Demonios, ¿lo entienden o qué? Está bien claro. Quiero decir que estoy sólo en esto. Puta resaca. Mierda ya. Me voy a ver a la Ivanovic.
martes, noviembre 06, 2007
La bella y la bestia
Suena el teléfono. Mi sobrina. Dice que quiere venirse a vivir conmigo, que no aguanta un minuto más a sus padres, que no la respetan, que toman decisiones que le afectan sin contar en ningún momento con su opinión. No será para tanto, le digo. Responde que sí que lo es, y me da un ejemplo: que ahora han decidido ponerle un corrector bucal, sin preguntarle, como si la cosa no fuera con ella. Son tus padres y todo eso lo hacen por tu bien, insisto. Pero no escucha. Se empeña en que necesita espacio, que quiere venirse a vivir conmigo, que está harta de que la traten como a una cría...
Tiene ocho años.
Luego hablo con Eva. Dice que ella sí que está harta, tanto que está planteándose seriamente el comenzar a hacer uso de la violencia. De inmediato localiza a los culpables del comportamiento de la niña. "Me cago en la Disney y me cago en la puta que parió a la Pixar". Dice que la culpa es de las películas infantiles y de sus tramas melodramáticas y de sus patéticos protagonistas. "Tanto niño huérfano y tanto animal desvalido, coño. ¿Que el protagonista es un pollito? A llorar. ¿Que la trama se desarrolla en periodo navideño? A llorar". Dice que prefiere que su hija vea Yo Soy La Ley antes que La Sirenita, el canal Playboy antes que el Nickelodeon. Me planteo el sugerirle que en todo caso es posible que ese patrón no sea exactamente nuevo, que es posible que vaya en la sangre. It runs in the family. Pero antes de que pueda hacerlo Eva grita "¡mierda, las lentejas!" y cuelga.
Luego sigo dándole vueltas al asunto. Tener una niña en casa. Qué locura. Tendría que levantarme temprano para llevarla al cole. Tendría que interactuar con otros adultos cuando fuese a recogerla a la salida del kárate. Tendría que aprender a coser botones y cremalleras. Tendría que esconder las correas y las ball gags. Una niña. En casa. Qué locura.
Tiene ocho años.
Luego hablo con Eva. Dice que ella sí que está harta, tanto que está planteándose seriamente el comenzar a hacer uso de la violencia. De inmediato localiza a los culpables del comportamiento de la niña. "Me cago en la Disney y me cago en la puta que parió a la Pixar". Dice que la culpa es de las películas infantiles y de sus tramas melodramáticas y de sus patéticos protagonistas. "Tanto niño huérfano y tanto animal desvalido, coño. ¿Que el protagonista es un pollito? A llorar. ¿Que la trama se desarrolla en periodo navideño? A llorar". Dice que prefiere que su hija vea Yo Soy La Ley antes que La Sirenita, el canal Playboy antes que el Nickelodeon. Me planteo el sugerirle que en todo caso es posible que ese patrón no sea exactamente nuevo, que es posible que vaya en la sangre. It runs in the family. Pero antes de que pueda hacerlo Eva grita "¡mierda, las lentejas!" y cuelga.
Luego sigo dándole vueltas al asunto. Tener una niña en casa. Qué locura. Tendría que levantarme temprano para llevarla al cole. Tendría que interactuar con otros adultos cuando fuese a recogerla a la salida del kárate. Tendría que aprender a coser botones y cremalleras. Tendría que esconder las correas y las ball gags. Una niña. En casa. Qué locura.
viernes, noviembre 02, 2007
La noche del muerto viviente
Aquello más que un concierto parece una reunión familiar. Los de siempre hablando de lo de siempre. Bebemos. Alguien a quien no conozco me llama por un nombre que no es el mío y me da una copa. Luego empieza a hablarme, se da cuenta del error y se va. Más tarde vamos a un garito decadente donde sirven batidos y cocktails. Allí doy mi original discurso sobre la insoportable sobreestima imperante del concepto de igualdad, pero casi nadie me lleva la contraria, así que me aburro. Seguimos bebiendo. Pierdo a mis acompañantes entre un bar y el siguiente. Es entonces, completamente sólo en medio de una calle abarrotada, cuando me doy cuenta de que todo el mundo alrededor lleva disfraces absurdos. Eso es, estoy rodeado de gilipollas, así que huyo, no sin antes estar en un tris de meterle dos guantazos a un anormal que va de Freddy Krueger. Me meto en otro bar. Allí me enredo con una gallega en cuya mirada se concitan todos los diferentes colores del puto océano. Me gusta. Tenemos un sentido del humor similar, así que reímos y reímos. Sus amigas se acercan, pero no entienden nada de lo que decimos y se van. Bebemos. Y luego bebemos más. Salimos del bar y echamos a andar. No hay taxis libres. Una chica muy joven se acerca y nos pregunta por la localización de un bar llamado "el bodegón de las ánimas". Nos reímos, a carcajadas, y la chica joven se indigna y nos llama imbéciles. Acabamos en mi casa. Meto a la gallega en mi cama y me voy al sofá, ya que tengo por norma no acostarme jamás con una mujer que vaya más borracha que yo. Al día siguiente me despierta y apunta su número de teléfono en un post-it. Dice llámame y vamos juntos al tenis, me da un beso en la frente y se va. Esta chica me gusta un montón, pienso. Comienzo a denotar un leve sentimiento de ausencia, un regusto a pérdida, una cierta melancolía. Agarro el post-it, lo rompo en mil pedazos, y se me pasa.
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