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martes, octubre 30, 2007
Once I wanted to be the greatest
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jueves, octubre 25, 2007
Yo antaño apenas enfermaba
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- Vaya fiesta tienes ahí, ¿no?
- Eso parece.
- ¿Y qué celebras?
- La verdad es que no lo sé. Pero la gente entra en casa y me felicita.
Vuelve a sonar el timbre. Alguien grita: ¡Yo abro!
- ¿Y les conoces?
- Sí.
- Pues tu cumpleaños no es, eso seguro.
- Ya. No sé.
Entra Laura en la habitación. Me besa en la mejilla libre y luego me susurra al oído que su regalo me lo da más tarde, a solas. Deja su chaqueta encima de la cama. Sale de la habitación.
- ¿Algún aniversario? ¿Algún premio? ¿Alguna buena noticia?
- No. Nada. Ni idea.
Suena el timbre otra vez.
- ¿Y por qué no les preguntas?
- Me da verguenza. Estoy un poco acatarrado.
- Ya. Y por culpa del catarro te has caído y te has dado un golpe.
- No...
- Pues no tengo yo la amnesia por uno de los síntomas de un catarro.
- Cierto. Tienes razón. Voy a preguntarles.
- Eso. Y luego me cuentas.
- Vale.
- Ah, y felicidades...
- No seas cabrona.
Cuelgo. Voy al salón. Apago la música. Todos me miran, como si fuera a dar un discurso.
- A ver: ¿me quiere alguien decir por qué coño me estáis felicitando?
Se echan a reír. Todos. Alguno incluso aplaude. Y luego siguen mirándome, como si esperasen el final del chiste. Me duele mucho la cabeza.
lunes, octubre 22, 2007
Amanece que no es poco
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viernes, octubre 19, 2007
You know me better than I know myself
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miércoles, octubre 17, 2007
Fantasmas
Intento no pensar en el niño. Así que pienso en ella. Ella que baila. Ella que toma el sol. Ella que sonríe. Y la arena. La arena y el viento. El viento y mi pelo y sus manos en mi pelo. Y el descuido. El descuido y el olor a medicina. Y las máquinas. Y el fuego. Al final siempre el fuego. Y el reproche. Siempre el reproche. Me obligo a pensar en otra cosa. Doy media vuelta en la cama. Entonces veo luz en el salón. Me he dejado la lámpara encendida. Me levanto. Voy hasta la lámpara. Apago la luz. Vuelvo a la cama.
Intento no pensar en ella. Así que pienso en la madre del niño. Pero la estación tiene ahora el suelo de arena. Y la madre del niño tiene su rostro, el de ella. Y el viento mueve su pelo. El viento y su pelo y mis manos en su pelo. Y el descuido. Y el niño que se aleja y yo que me pierdo en los detalles. Y el niño que cae. Al fuego. Al final siempre el fuego. Y el reproche. Siempre el reproche. Me obligo a pensar en otra cosa. Doy media vuelta en la cama. Entonces veo luz en el salón. Algo no va bien.
lunes, octubre 15, 2007
La India
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jueves, octubre 11, 2007
La penúltima
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- ¿Cómo? ¿Fuiste con una amiga? ¿Una amiga especial, acaso?
- No, especial no. Sólo me la follo.
Bien. Esto empieza bien. Buscan mi nombre en la lista. Entro al local. Miro alrededor. Me reconforta comprobar que ninguno de los míos alcanza el grado de insensatez necesario para presentarse allí tras lo de ayer. El grado de insensatez necesario, mi grado de insensatez. Oteo el horizonte en busca de caras conocidas, pero alguien llega por detrás y me tapa los ojos.
- ¿¡Quién soy!?
- Hmmm... ¿Maddie McCann?
Me suelta. Se sitúa delante de mí.
- No, tonto, soy yo.
Es una pelirroja resultona con la que estuve un tiempo hace ya unos cuantos años. Hace siglos que no hablamos, pero empieza a contarme una anécdota como si nos hubiésemos visto ayer mismo.
- ... y me dice que esa casa no le gusta porque es pequeña. ¡Pequeña! Y yo le digo que cómo va a ser pequeña si tiene tres habitaciones y va él y me dice que quiere cuatro. ¡Cuatro! Y yo le digo que para qué quiere cuatro y me dice que por si acaso y yo le digo que por si acaso ya está la tercera y él me dice que en la tercera quiere poner una mesa de billar. ¡Una mesa de billar! ¿Pero tú sabes lo que ocupa una mesa de billar?
No me explico cómo pude un día echarme eso a la boca. Niños, cuando alguien os ofrezca drogas, decid simplemente NO. Habla y habla, y yo mientras asiento con la cabeza aunque hace tiempo que he desconectado. Finalmente alguien llega y requiere su atención, gracias a Dios, momento que aprovecho para escabullirme. Me acerco a la mesa de las bebidas. Mezclo en una copa el líquido de las dos botellas más cercanas. No sé qué contienen, no me apetece leer. Doy un sorbo. Sabe a rayos. Alguien que conozco llega y choca su copa con la mía. ¡Salud! Me veo obligado a darle otro sorbo. Me dan arcadas.
- ¡Coño, pensé que no venías! Pues, mira, ya que estás aquí te voy a presentar a Marco...
- Genial, pero mejor luego, que ahora tengo que ir al servicio, tío, no sabes cómo me estoy meando. Después te busco, ¿vale?
¿Marco? ¿Qué mierda de nombre es ese? No quiero conocer a nadie que se llame Marco. Hoy no. Me alejo. Bajo unas escaleras. Me acerco a los servicios. Hay dos puertas, pero en ninguna indica a qué sexo corresponde. Dudo, y entonces se abre una de las puertas, sale la actriz, tropieza y cae justo delante de mí. Me agacho y le ofrezco mi brazo.
- No hace falta que te lances a mis pies, tampoco soy para tanto.
Se ríe. Se incorpora.
- Qué verguenza... creo que he bebido demasiado... oye, me gusta tu chaqueta... creo que estoy empezando a hacer el ridículo... oye, ¿por qué no me sacas de aquí?
Me agarra con fuerza y de esa guisa salimos del bar. Una vez fuera, la actriz se detiene.
- Me duele un poco el tobillo, igual me lo he torcido... qué ridículo, espero que no me haya visto nadie... putos tacones... oye, ¿tienes el coche muy lejos?... ¿te importa si mientras vas a por él yo te espero aquí?
Por supuesto que no, le digo. Echo a andar, doy la vuelta a la esquina, detengo un taxi y me voy a casa.
lunes, octubre 08, 2007
Diecisiete segundos
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Tras dos horas caminando vuelvo al punto de partida, a casa. Ya ha caído la noche. Llover, no ha llovido.
jueves, octubre 04, 2007
La mujer biónica
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- Alicia, ¿sabes qué me apetecería ahora mismo? Me apetecería meterte en mi cama. Y no hablo de susurros y caricias bajo un edredón, no. Hablo de un maratón gimnástico, hablo de un vendaval de sudores y salivas, hablo de ponerte a hacer equilibrios encima de mi...
Y zas. Un bofetón. No lo vi venir. Hubiera debido, lo sé, pero no. El impacto me alcanzó de lleno. Si hubiera llevado gafas éstas habrían saltado por los aires. Me quedé petrificado. Alicia dejó su mano en alto, como advirtiéndome de que no acabara esa frase, ni esa ni ninguna otra. Tragué saliva. Vocalicé un tímido "ouch". Alicia relajó el gesto y perfiló una media sonrisa casi ministerial.
- ¿Eso es todo?
- S-sí, t-todo.
- Bien.
Me alejé, caminando despacio, la mirada gacha, la mejilla en carne viva. Llegué a mi mesa. Mis amigos sufrían convulsiones y espasmos, incapaces de dominar las carcajadas. El camarero también reía. Me puso otra copa. "¡Una para el valiente de parte de la casa!". Miré alrededor. Todo el mundo reía. Mis amigos, el camarero, el resto de clientes, la amiga de Alicia. También Alicia, con su risa estrepitosa.
La tengo en el bote.
martes, octubre 02, 2007
Yo me quedaré aquí siempre, viviendo del amor de las mujeres
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