martes, octubre 30, 2007

Once I wanted to be the greatest

Salgo de casa pensando en cuánto tiempo hacía que no participaba en un trío, y al mismo tiempo resuelvo que en entornos multitudinarios se hace en ocasiones posible encontrar los anhelos del otro, pero nunca los propios. Esos sólo se encuentran a solas. Así que decido que debería masturbarme más a menudo, y tan imbuído voy en mis pensamientos que los vocalizo. "¡Debería masturbarme más a menudo!". En una calle abarrotada. Disimulo, intentando hacer creer que tarareo una canción. Pero una madre que camina delante mío con un niño de la mano ha oído mi declaración y acelera el paso. No me siento avergonzado, tan sólo incómodo. No es la única molestia. También me incomoda el roce de la camisa con la piel, que hace que me escuezan los arañazos, los del pecho y los de la espalda. Pareciera que alguien derrama alcohol sobre mis heridas, pero la sensación no es del todo desagradable. Al menos sirve para deflagrar algunos recuerdos. Quien se abre el interior de los muslos no lo hace tratando de encontrar dolor, tampoco placer a través del dolor, sino como quien aplasta un grano de pimienta con los dedos: por desentrañar una fragancia. Olores, todo repleto de olores. Cuando todo acabe aún quedará un aroma. Entro en el centro comercial y la chica del stand de Calvin Klein me ofrece a probar su nueva colonia. Se acerca un poco, me mira a los ojos, y un algo horrendo divisa en su interior que hace que huya despavorida. Una vez quise ser el más grande, y no existían vientos ni cataratas que pudiesen tumbarme. Pero hoy la comprendo, hoy si pudiera yo también me huiría. Abandono el centro comercial. Al salir me topo con un hombre con evidentes síntomas de desequilibrio, malvestido, molestando a todo transeúnte con el que se cruza. Me acerco y le pregunto la hora. Se queda paralizado, no sabe qué responder. A este lado del ring, desequilibrados de pega, dependientas capaces de divisarte el fondo del alma y perversiones de fin de semana. Al otro, madres que encierran a su hijo en la habitación y echan el cerrojo, familias altamente estructuradas de las de fin de semana en la sierra y sueño a las diez, y amigos que quedan el domingo temprano para irse a coger setas. Y aquí yo, el que un día quiso ser el más grande, un día en el que no existían vientos ni cataratas que pudiesen tumbarme. Pero hoy no es ese día. Hoy vuelvo a casa. Y entro en mi habitación. Y me desnudo. Y digo: ya estoy de vuelta, ¿me habeis echado de menos?
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