jueves, octubre 04, 2007

La mujer biónica

¿Recuerdan a la dependienta de la tienda de ropa de la esquina? Bah, ustedes qué van a recordar. Mejor les pongo en situación. Junto a mi bar de cabecera se encuentra una tienda de ropa cuya dependienta se llama Alicia. Alicia es morena, de ojos negros, y tiene mucho de todo, como un Corte Inglés. Un ejemplar mesetario de los que ya no se ven. Elegante en el vestir a pesar de una cierta tendencia al exceso, y exquisita en las maneras a pesar de la exhibición de una risa atronadora. Lo que los antiguos denominarían una mujer de bandera. Creo que es dueña de la tienda en cuestión, y digo que creo porque jamás he podido establecer con ella una conversación inteligente. Tan pronto me acerco a sus dominios mi proverbial facilidad para el mano a mano salta por los aires. Mi conversación se transforma en un lastimoso conjunto de balbuceos y mi simpatía torna en un puñado de muecas lamentables. Su anatomía desactiva todas mis habilidades sociales hasta dejarme reducido a una patética parodia de mí mismo. Ayer, sin embargo, animado por el efecto euforizante de cuatro combinados y la promesa de sus hombros desnudos, me decidí a intentarlo de nuevo, dispuesto esta vez a enfrentar el seísmo cargado de improvisación, sin nada preparado, confiado en que las palabras que brotasen de mi boca fuesen al fin las adecuadas. Así que me acerqué a la barra, me coloqué entre ella y su amiga, y comencé a hablar.
- Alicia, ¿sabes qué me apetecería ahora mismo? Me apetecería meterte en mi cama. Y no hablo de susurros y caricias bajo un edredón, no. Hablo de un maratón gimnástico, hablo de un vendaval de sudores y salivas, hablo de ponerte a hacer equilibrios encima de mi...
Y zas. Un bofetón. No lo vi venir. Hubiera debido, lo sé, pero no. El impacto me alcanzó de lleno. Si hubiera llevado gafas éstas habrían saltado por los aires. Me quedé petrificado. Alicia dejó su mano en alto, como advirtiéndome de que no acabara esa frase, ni esa ni ninguna otra. Tragué saliva. Vocalicé un tímido "ouch". Alicia relajó el gesto y perfiló una media sonrisa casi ministerial.
- ¿Eso es todo?
- S-sí, t-todo.
- Bien.
Me alejé, caminando despacio, la mirada gacha, la mejilla en carne viva. Llegué a mi mesa. Mis amigos sufrían convulsiones y espasmos, incapaces de dominar las carcajadas. El camarero también reía. Me puso otra copa. "¡Una para el valiente de parte de la casa!". Miré alrededor. Todo el mundo reía. Mis amigos, el camarero, el resto de clientes, la amiga de Alicia. También Alicia, con su risa estrepitosa.
La tengo en el bote.
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