lunes, abril 16, 2007

La noche que la luna salió tarde

Había quemado los puentes necesarios como para asegurarme una noche de sábado digna de un eremita. Como diría una cursi: una noche sólo para mí. Y es que yo en el fondo soy una persona solitaria, aunque esto es algo que últimamente repito con excesiva frecuencia, por lo que seguramente no sea cierto.
Así que, tras abrir una botella de vino y poner a descongelar una pizza, coloqué una película en el DVD y me tiré en el sofá. "Dos en la carretera". La gloria. Una gloria efímera, como todas. Porque aún no se había completado la primera escena y ya me había dejado de parecer una buena idea lo de gastar una noche de sábado disfrutando de una pelicula en soledad.
Entonces recordé que al subir había oído ruido en casa de mi vecina, así que se me ocurrió invitarla a ver la película conmigo. Y eso hice. Algo inusual porque yo soy una persona tímida, aunque esto es algo que últimamente repito con excesiva frecuencia, por lo que seguramente no sea cierto. Salí y llamé a su timbre. Le escuché acercarse a la puerta, y luego gritar "¡voy!" entre un estruendo de carreras y cajones en movimiento. Abrió. Se estaba colocando las gafas.
- Hola, estaba viendo una película y se me ha ocurrido que quizás te apeteciese verla conmigo, si no tienes nada que hacer.
Su cara reflejaba un estupor indescriptible, por lo que ví necesario extenderme:
- He abierto una botella de vino, pero no me la voy a poder acabar yo sólo, y la tendré que cerrar y beberme el resto mañana, y ya no estará bueno.
- Verás, yo...
- Es una buena película. Te juro que no llevo sucias intenciones. De verdad que me porto bien.
Vi en su expresión el reflejo de mil pensamientos. Igual es un psicópata... o está chalado... aunque no tengo nada mejor que hacer... puede ser interesante. Hasta que dijo:
- Dame cinco minutos.
Vimos la película. Al principio estábamos excesivamente rígidos, lo normal, pero poco después yo adopté una postura más cómoda, y luego ella se descalzó, agarró un cojín, lo puso sobre mi hombro y reposó sobre él su cabeza, en un gesto a la vez íntimo y aséptico, sin roce. Más familiaridades no hubo, más allá de un puñado de risas sincronizadas y un rellenar el vaso del otro cuando nos echábamos más vino. Conversación, ninguna. Acabó la película, se calzó y se levantó. Ya en la puerta dijo:
- Audrey Hepburn está espléndida.
- Sí, sí que lo está.
- Y era cierto lo que decías: te has portado bien.
Entró en su casa. Volví a mi salón. Le di vueltas a su frase: te has portado bien. Por más que lo intenté no supe resolver si significaba un reconocimiento o un reproche. Y es raro, porque yo soy bastante bueno interpretando frases. Aunque esto es algo que últimamente repito con excesiva frecuencia, por lo que seguramente no sea cierto.
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