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A los que sean de fuera les aclaro que el show consiste en gente que entra en un programa de televisión siendo fea y que, tras someterse a mil operaciones de cirugía estética, sale surcada de cicatrices, peor vestida e igual de fea. Los hombres piden ortodoncia, nariz y orejas. Las mujeres, ortodoncia, nariz y tetas. Y yo quisiera hoy, aquí, detenerme en el que me parece el personaje más fascinante del show: el de la novia o el novio del operado. Quisiera hablarles de su incontenible expectación ante el resultado de la carnicería. Quisiera hablarles de sus inevitables lágrimas de felicidad al descubrir el desenlace. Quisiera, digo, pero no lo voy a hacer. De repente ya no me apetece.
Sepan que hoy hace un día espléndido y que estoy sentado en mi terraza, con el portátil sobre las rodillas. En el balcón de enfrente hay dos adolescentes. Una lleva el cabello recogido en una coleta, luce una camiseta corta y tiene celulitis. La otra lleva el pelo suelto, luce una camiseta verde de tirantes y tiene celulitis. De cuando en cuando me miran y se ríen.
Sepan que ayer alguien, hablando de algo que no viene al caso, o quizás sí, me dijo que no hablaría como hablo si supiese de verdad lo que es la soledad. Cuando yo duermo sólo, cada noche, en una cama de dos metros. Y ocupo siempre el mismo lado. Siempre el mismo lado. Así que no venga nadie ahora a hablarme a mí del desamparo.