Los inviernos inclementes resultan devastadores para casas como la mía. Así que ahora llevo quince días en los que esto es un continuo vaivén de obreros, una sinfonía infinita de trajines y martillazos. Levantar la terraza, impermeabilizar los tejados, reparar los alféizares de las ventanas, cambiar los vierteaguas, sanear los canalones, renovar los sumideros. Para no tener que andar pendiente de las horas de entrada, bocadillo, comida y salida les he hecho a los obreros un duplicado de las llaves, cosa que a Diana no le ha hecho ninguna gracia. En otras circunstancias habría liquidado el asunto con una broma que reflejase mi carácter desprendido, pero resulta que arrastra en la familia una historia truculenta al respecto, por lo que me he visto obligado a prometerle que cuando acaben los trabajos cambiaré las cerraduras. Los obreros son todos muy bajitos y extremadamente educados, y cuando me cruzo con ellos nos sonreímos con amabilidad y mantenemos conversaciones de entretanto. Yo les pregunto "ahora estareis hasta arriba de curro, ¿no?" y ellos responden "¡y que no falte!". Yo les digo "a ver si hoy aguanta el día" y ellos responden "¡vaya invierno que llevamos!". Cuando se cruzan conmigo sonríen, y cuando se cruzan con Diana bajan la cabeza como si temiesen convertirse en estatuas de sal, lo cual he de reconocer que es un pensamiento que también ha cruzado mi mente en determinados momentos de delirio.
Ayer por la noche estuvimos viendo "Speak" mientras dábamos cuenta de una bandeja de makis, acomodados en el sofá en la posición habitual: yo sentado en un extremo y Diana tumbada con un cojín entre su cabeza y mi estómago. En un momento dado le pregunté si era feliz, lo cual es no sólo una pregunta estúpida, sino también una pregunta que no me pega nada, y como tal la recibió, incorporándose sorprendida y deslizando una sonrisa sarcástica. Luego respondió:
- Feliz no lo sé, pero sí sé que me siento especial.
Y a continuación permaneció unos instantes en silencio mientras sopesaba, lo sé, los pros y contras de plantear el correspondiente "¿y tú?". Luego cogió un maki con dos dedos, lo bañó en salsa de soja, se lo metió en la boca y volvió a tumbarse. Preguntar, no preguntó nada.
jueves, marzo 25, 2010
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