- Yo a tí te conozco.
- No sé, quizás...
- ¡Ya sé! ¡Eres camarero de Le Pain Quotidien!
- ¿Qué?
- Camarero de Le Pain Quotidien, el de Velázquez.
- ¿Qué?
- La panadería... cafetería... ¿no?
- Pues no.
- ¿Seguro?
- ¿Tú que crees?
Se dio la vuelta y se marchó. Eso sucedió ayer. Quizás la chica sólo pretendía ser simpática, pero yo tenía otras cosas en la cabeza y me comporté como un imbécil. Me pasa muy a menudo. Me hago el listo o el simpático o el borde cuando no toca, y no es hasta que ya lo he hecho que me doy cuenta de que lo he estado haciendo. Más tarde, en la cama, he soñado que llevaba un delantal y sobre la mano derecha una bandeja repleta de zumos de naranja, cafés de distintos tamaños y bollería diversa, y entonces unos tipos encapuchados entran en el local y me acribillan a balazos, y la gente que grita y las tazas que se hacen añicos contra el suelo y yo que pienso "¡menudo desperdicio!". Cuando he despertado Diana ya estaba levantada, y le he preguntado si ha estado alguna vez en Le Pain Quotidien, el de Velázquez.
- Didi, ¿tú has estado alguna vez en Le Pain Quotidien, el de Velázquez?
- Alguna vez.
- ¿Te apetece que vayamos a desayunar?
- Claro.
Cuando hemos llegado estaba bastante lleno, pero aún así hemos cogido una buena mesa, junto a la ventana. He recorrido con la vista el local, fijándome detenidamente en cada empleado, pero allí nadie se me parecía ni en lo más remoto. Quizás hoy libre. Y me he sentido un poco decepcionado, como si hubiese faltado a mi propia cita. Luego me he imaginado a mí mismo, a la mitad de mí mismo, en su día libre, en mi día libre, empapelando el salón, leyendo un libro en un cercanías, pidiendo la vez en una frutería. Y he empezado a marearme, así que he intentado salir del embrujo diciendo lo primero que se me ocurriera, lo cual es siempre una muy mala idea.
- Oye, ¿tú has hecho alguna vez el amor en los baños de una discoteca o un bar o algo así?
- ¿Qué tipo de pregunta es esa?
- Bueno... no sé... es lo primero que se me ha ocurrido... no sé por qué...
- ¿Qué coño me quieres decir? ¿Que lo hiciste ayer? ¿Es eso?
- ¿Qué? ¡No! ¿Ayer? ¡No, joder, no!
Y no miento, no fue ayer. Yo sólo quería decirle que si no lo ha hecho nunca, que no lo haga, porque la leve melancolía que nos atrapa en ese instante postrero se convierte en tales circunstancias en un torrente de pena, en una profundísima sensación de inutilidad. Eso es lo que quería decirle. Pero ya no tiene sentido. No sé por qué he sacado el tema. Soy imbécil. Ahora sólo me queda escapar de ésta como pueda. Fingir, mentir, inventar. Y aún no son ni las doce de la mañana.
lunes, marzo 15, 2010
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