Zoe decidió pasar aquí las fiestas, y lo hizo a traición. Estoy en el aeropuerto, en media hora estoy ahí. Ya lleva aquí una semana, tiempo en el que no he dejado de estar lentísimo, patoso, metiéndome hasta la cintura en cada charco, en ocasiones rozando sensaciones tan peligrosas como la alegría. Pero supongo que eso es algo que más bien debiera tratar con un terapeuta, así que volvamos a empezar.
Zoe decidió pasar aquí las fiestas, y lo hizo a traición. Estoy en el aeropuerto, en media hora estoy ahí. Ya lleva aquí una semana, por lo que mis padres han aprovechado para organizar una de esas comidas íntimas, prohibida la entrada a todo aquel que no comparta vínculo sanguineo, que tanto suelen molestar a los más allegados, que no acaban de entender que las familias nómadas se acostumbraron a buscar refugio en la desconfianza y sus rituales excluyentes.
En la comida hay entrantes fríos, platos para compartir y buen vino. Zoe nos cuenta que ha leído que hay un estudio que dice que nuestros ojos (nuestros: de mi madre, suyos y míos, gen recesivo saltarín) parecen proceder de un humano que habitó hace varios siglos en centroeuropa y que padecía una enfermedad que por esos milagros de la naturaleza pasó a su código genético. Luego, con aire teatral, exclama "¡resulta que mi rasgo más distintivo es una malformación!". Y acto seguido mi hermana cambia de tema. Siempre me ha resultado divertida la manera en la que se jerarquizan estas comidas, en las que la importancia que se le da a cada tema depende no del tema sino de quién lo saque. Así, lo que diga Zoe será menos importante que lo que diga yo, y lo que diga yo que lo que diga mi hermana, y lo que diga mi hermana que lo que digan mis padres, quienes comparten un equilibrio en base a utilizar tácticas opuestas: mi padre tiene un tono de voz rotundo que hace que todo el mundo se calle, por respeto, y mi madre tiene un tono de voz extremadamente dulce que hace que todo el mundo se calle, porque si no no se oye. Mi hermana interrumpe a Zoe, y ésta hace un mohín de fastidio y otro de burla. Eva no le hace ni caso y nos cuenta que hace unos días, en una panadería, mantuvo una fuerte discusión con una señora mayor. Dice que al llegar su turno la señora en cuestión se le coló, acción que ella le afeó (dice que con buenas palabras, yo no me lo creo), por lo que la señora montó en colera y le gritó cosas como "os pensais que todo el mundo tiene que bailar a vuestro alrededor", y luego la llamó "pija" y "jirafa". Me hace mucha gracia lo de "jirafa", así que me río, y Zoe me ve y me hace un gesto de fastidio. Me ha interrumpido, no le rías las gracias, tú con quién vas. Así que yo le hago otro de disculpa. Qué quieres, es que me ha hecho gracia. Y ella se muerde el labio inferior, y niega con la cabeza, y mira al cielo. Qué voy a hacer contigo.
Eso deflagra en mi cabeza un recuerdo muy antiguo y poco relevante que no pensé que guardase. Vuelvo de entrenar, y llevo una camiseta de manga corta y una gran bolsa de deporte al hombro. Ella sale de una cafetería y me grita. ¡Ven, estamos aquí! Lleva el pelo recogido. Las pecas, la sonrisa. Hace un comentario sobre mi indumentaria. Ponte algo, vas a coger una pulmonía, dice. Imposible, soy indestructible, respondo. Y ella se muerde el labio inferior, y niega con la cabeza, y mira al cielo. Qué voy a hacer contigo.
Mal.
domingo, abril 04, 2010
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