De pequeño fui niño escapista. Aprovechaba el menor descuido de mis padres para escabullirme y desaparecer. Y no hablo de un hecho aislado, al contrario, la tontería me duró bastante tiempo, entre los diez y los doce más o menos. De hecho llegué a desarrollar una habilidad extraordinaria. En un restaurante desaparecí entre el postre y los cafés, mis padres sentados enfrente. En una tienda de ropa desaparecí de un probador, mi madre y la dependienta esperando fuera. Se trataba de dar los primeros pasos con extremo sigilo, y al burlar el radar echar a correr. Luego acababa en cualquier parte. Colándome en un estadio de fútbol, paseando por un centro comercial, en un parque jugando con otros niños. A veces algunos mayores se acercaban, pero en cuanto adivinaba la preocupación en su mirada echaba a correr y vuelta a empezar. Y tampoco hay que obviar los peligros que para un niño de once encierra la ciudad, todas las ciudades. En una localidad mediterranea unos chavales me asaltaron y me robaron la chaqueta y el reloj. En los grandes almacenes de una capital un viejo al cruzarse conmigo me tocó los testículos. No recuerdo, sin embargo, que todo aquello me asustase, si lo hubiese hecho supongo que habría dejado de escaparme. No, más bien lo que sentía era una intensísima excitación, los sentidos alerta, el qué viene ahora, ni rastro del aburrimiento. Después, al cabo de unas horas, me las ingeniaba para volver al hotel (en esa época vivíamos siempre en hoteles), y entonces mi madre lloraba y me abrazaba, y mi padre gritaba y me daba un bofetón.
Todo eso me vino ayer de nuevo a la mente, cuando después de una apasionada pelea con mi chica repleta de alaridos y mala baba (en tales lides ella es muy gritona y yo soy muy dañino) salí de casa dando un portazo y eché a andar y cuando me quise dar cuenta habían pasado dos horas y estaba tan lejos que tuve que coger un taxi para volver. Luego, ya de vuelta, llegaron las disculpas y la promesa de no volver a discutir, qué tontería, como si tal cosa fuese posible, y luego brillaron los besos, las delicias de la tarde, la cima de este poniente loco. Y fue todo muy bonito, ya lo creo, fue precioso. Pero no sé. Creo que me hubiera venido mejor el bofetón.
viernes, octubre 09, 2009
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