Martina dice que lo que me pasa es que estoy demasiado delgado, y a continuación me propone toda una variedad de zumos y yogures. Como suena, zumos y yogures. Luego soy yo el que está tonto. También me dice que me apunte a su gimnasio, pero eso ha quedado descartado de inmediato, pues una vez estuve y aquello olía a gel de baño dermoprotector y suavizante con extractos de menta, que, por si no lo saben, es exactamente lo mismo a lo que huelen los sueños imposibles.
Así que he decidido quedar con Amaya, porque está en la ciudad y porque le debía un par de llamadas, soy lo peor, pero sobre todo porque es una persona bienhumorada y siempre predispuesta al halago, y un halago es algo que hoy me podía venir muy bien. Hemos quedado en su tienda, la tiene preciosa, este otoño se llevan el negro y el verde botella, y luego hemos ido a la cafetería pija de la esquina, y yo he pedido un café y ella un menta-poleo, y coqueto he procedido a desplegar toda mi simpatía, seguro de que mi halago, mi salvavidas, estaba al caer. Pero no ha habido halago. Qué va a haber.
- Tesoro, te veo raro, ¿no has dormido bien?
- ¿Por qué lo dices? ¡POR QUÉ LO DICES!