martes, julio 14, 2009
Misery is a butterfly
De pequeños no nos enseñan como debieran el asunto de la respiración. Nos explican que es algo fundamental para la vida, sí, pero que se hace sin querer, apenas un acto reflejo, y sin más se pasa a otras materias. No nos explican su carácter irremediablemente individualista ni nos avisan de los peligros de comprometerlo. Y así avanzamos confiados por la vida hasta que encontramos a alguien que nos da de respirar, y todo nos parece estupendo, y nos deslizamos felices, ajenos a la evidencia de que esa química también queda sometida a los vaivenes de la física. Y un día la física nos lanza uno de sus azares, y entonces todo se va a la mierda, y te quedas boqueando como un pez en un cestillo y te das cuenta de que respirar no es tan sencillo cuando te acostumbraste a que otro lo hiciese por tí. Y ahí te quedas, sin aliento, condenado a llevar de por vida una bombona de oxígeno a la espalda, sepultado bajo un gotelé de arrepentimientos. Pues claro que me apetece cambiarlo, pero es que hay que picar y menudo jaleo, a quién se le ocurriría. Después viene todo lo demás, los errores y los descuidos, por el natural devenir de las cosas. Los que sobrevivimos con un puñal clavado en el corazón podemos parecer en ocasiones en exceso apegados a la temeridad, pero no es eso, es sólo que a veces nos cuesta mantener la perspectiva. Porque hay días en los que despiertas y se te cae el mundo encima. No te apetece comer, ni hablar, ni caminar. Y te aprietas una almohada sobre la cara y la empapas de lágrimas. Y luego te acurrucas gimiendo bajo el chorro de la ducha. Y después pones tu cara contra el cristal y lo llenas de vaho mientras al otro lado unos niños juegan al balón. Y entonces comprendes que si no hay cerca una cámara y dos focos tampoco tienen demasiado sentido tales exhibiciones de estruendo sentimental, y que, de acuerdo, no te apetece comer ni hablar ni caminar, pero lo que no te importaría es hundir la cabeza en un regazo jugoso. Mira tú. Ya ves.
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