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Después comentamos el nuevo corte de pelo de mi hermana, muy corto por atrás y con un largo flequillo, adios melena, que le hace parecer una estrella del pop escandinavo o a sí misma hace veinte años, lo cual resulta reconfortante. Y enseguida mi madre subraya lo curioso que resulta que al igual que nosotros salimos ajedrezados en nuestros rasgos más significativos (Eva tiene el pelo rubio de mi madre y los ojos oscuros de mi padre, mientras que yo tengo el pelo oscuro de mi padre y los ojos claros de mi madre), lo mismo les haya sucedido a mis sobrinos: las niñas tienen el pelo oscuro de mi cuñado, y el niño el pelo rubio de su madre.
Después se da un silencio incómodo durante el cual ambos pensamos en lo mismo, pero ninguno decimos nada. Hay cosas sobre las que es mejor pasar de puntillas.
Acabo siendo yo el que rompe el silencio apuntando que Diana mide en verano entre cinco y diez centímetros menos que en invierno, y mi madre lo coge enseguida y nos reímos un montón, y después ella me dice que mi padre se ha comprado una camiseta de los Lakers, y entonces sí, aquello ya es el descojone.