Martina dice que le encanta la llegada del buen tiempo porque conlleva que todo el mundo comience a hacer vida de puertas afuera, y se relacionen los unos con los otros, y sean más sociables, y todos parezcan más felices. Y también, esto ella no lo dice pero ya lo añado yo, porque así puede lucir esas patorras de jovenzuela insolente, tan peligrosas para el tráfico urbano como los cruces mal señalizados. A mí, en cambio, la llegada del buen tiempo me pone en guardia y me afecta incluso en lo físico. Lo cual puede que se deba a mi herencia esteparia o quizás a mi natural asténico, aunque en realidad creo que se debe al hecho de que estos días todo el mundo comience a hacer vida de puertas afuera, y se relacionen los unos con los otros, y sean más sociables, y todos parezcan más felices.
A Sebas y su chica la vida les sonríe. Sus carreras se desarrollan en imparable ascenso, se tienen el uno al otro, y acaban de comprarse una preciosa casa en las afueras con jardín y piscina. Para inaugurarla deciden invitar a sus mejores amigos a una barbacoa en algo que pretenden convertir en el primer capítulo de una larga tradición. Yo decido darle mi toque personal a la celebración y me presento con una resaca descomunal, de las que te llegan a hacer creer que vives la vida de otro. De regalo les llevo una bonita máscara veneciana, pues a mis amigos trato siempre de regalarles algo de mi propiedad en lugar de algo sentimentalmente neutro, recién comprado. Cuando llego al jardín me tumbo en una hamaca comodísima. Desde allí, el sol, el dolor de cabeza, lo veo todo en tonos sepia, como de fotografía antigua. El olor a salchichas asadas se mezcla con el olor a cesped fresco. El jardín está lleno de gente que habla y sonríe. Sebas le pregunta a su chica por el ketchup, y ésta le dice que era él el encargado de comprarlo y que ahora no hay y se enfada. Ariadna, la hermana de Sebas, se sienta a mi lado, me presenta a su novia, y pasa a detallarme las diferencias existentes entre las políticas sociales que se llevan a cabo en el norte de Europa y las del sur, y habla y habla hasta que no me queda más remedio que decirle: "Ari, tú sabes que yo te quiero con locura, pero por Dios, haz el favor de cerrar ya el pico", y se ríe y me da un beso en la frente y se va. Doy gracias de que la mayoría de esta gente me conozca bien, pues de lo contrario a estas alturas probablemente pensarían que soy retrasado o algo. El niño de Martina es la indiscutible estrella de la fiesta, y hace monadas y luego se caga y el chico de Martina dice "yo le cambio" y todas las mujeres de la fiesta le miran con ternura. JM viene y me dice que tenemos que convencer a Sebas de montar otra fiesta, una buena fiesta, y luego apostilla: "esa piscina está pidiendo a gritos que la llenemos de tías en tanga". La chica de JM me trae una hamburguesa y le digo "gracias, guapa". JM me trae una copa y le digo "tío, te quiero". Martina viene y me cambia la copa por un vaso de agua y le grito "¡zorra!". Trato de comerme la hamburguesa, pero no paso del primer bocado. Hace calor. Mucho calor. Así que me levanto, me quito la camisa y los zapatos, echo a correr y me lanzo a la piscina. Cuando saco la cabeza del agua oigo aplausos, y veo a Ari quitándose la falda y a su hermano gritando "¡ni se te ocurra!". Y entonces pienso que además de camisa y zapatos también debí haberme quitado los pantalones. Y luego pienso "mierda, el móvil".
jueves, junio 11, 2009
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