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He llamado a Laura y hemos quedado donde siempre, un lugar que antes era un bonita cafetería pero ahora es una tienda de telefonía, así que la he esperado junto a la puerta. Ha aparecido con un look de "me he puesto lo primero que he encontrado", cosa del todo imposible, pues Laura nunca deja al azar nada de lo relacionado con su aspecto. Lleva unas botas negras de altura media, desgastadas en parte frontal y correas de los laterales, ofreciendo un fingido aspecto de viejo. Botas que tapan la parte inferior de un pantalón ajustado y estampado en cuadros escoceses. Una camiseta larga de manga corta en color plomo con la leyenda NO DISCO en letras plateadas. Un jersey de lana gris anudado a la cintura. Gafas caras de montura fina y dorada con grandes cristales color crema. Y una pieza de madera con la que se recoge el pelo, recogido que a lo largo de la noche hará y deshará no menos de cien veces. Está tan guapa que me sobreviene un ataque de hipo. Nos damos dos besos, y me confiesa que tampoco tiene un buen día, que le han dado a otra algo que a ella le apetecía mucho, que no está de buen humor, y lo demuestra enseguida, cuando al cruzarnos con una mujer embarazada que camina junto a quien parece ser su madre se gira hacia mí y se pregunta quién será el mediocre que ha preñado a semejante adefesio. Y yo, lejos de afear sus palabras, me río, pues en realidad hoy me vale hasta el más grueso de lo humores, cualquier cosa con tal de no hablar de mí mismo. Así que tras visitar a nuestro médico de cabecera acabamos perdiéndonos en cien bares en los que nos dedicamos a hacer bromas de gordos, de negros, de funcionarios, de futboleros, de parados, de cinéfilos, de pro-abortistas, de fans de Fernando Alonso, de gente con gafas, de médicos sin fronteras, de turistas, de retrasados mentales, de tetrapléjicos, de cajeras de supermercado, de tartamudos y de niños huérfanos. Y habrá quien quiera ver en ello no la frivolidad que cabe esperar de dos seres podridos, sino el grito de auxilio, el canto de soledad, de dos personas que puede que tengan muchas cosas pero carecen de cualquiera de las importantes. Pues muy bien.
A eso de las cuatro de la madrugada nos topamos con un silencio. No sabemos de qué más podríamos hablar que no sea de nosotros mismos y de nuestro horrible día, y comprendemos que lo natural es que ahora vayamos a mi casa o a la suya y nos acostemos juntos. Así que salimos del último bar, nos damos un beso astringente, y luego ella detiene un taxi y yo detengo otro, y nos vamos cada uno por nuestro lado. Que lo de chocar con un camión cargado de líquido inflamable queda muy bonito decirlo, pero luego hay que tener cojones para hacerlo.
Cuando llego a casa enciendo el ordenador. No puedo dormir. Normal.