martes, abril 14, 2009

¿Pero qué me estás contando?

Lo que más me sorprendió la primera vez que vine a España fue lo de que en las calles todos vayan mirándose los unos a los otros. En otros sitios la gente pasea ensimismada, sin prestarse la menor atención, y luego llega uno aquí y piensa que en cualquier momento le van a saludar. Descoloca. Con el paso del tiempo me irían llamando la atención otras muchas cosas. Como esa costumbre de los chicos de caminar con la mano metida en el bolsillo trasero de los vaqueros de su chica, por ejemplo. O lo de los besos, claro. La española cuando besa, besa diferente. El que hizo la tonadilla sabía de lo que hablaba. En otros lugares, tras un beso apasionado la mujer se aparta unos centímetros, te mira a los ojos y sonríe. Pero la española siempre besa y luego abraza, buscando cobijo en la zona de seguridad que se esconde entre el hombro y el cuello de su amado, dedicando unos instantes a recomponerse del efecto devastador del cariño dado, una cosa preciosa. Y luego está lo de los niños. Lo de los niños es fabuloso. Si a un niño de fuera le dan una figurita con forma de ave, éste la sujetará con dos dedos y moviéndola a un lado y otro fingirá que vuela. Pero los niños de aquí lo que hacen es lanzarla muy lejos, como ajenos a su naturaleza inanimada, para después, lejos de mostrar decepción ante la inevitable caída, girarse hacia su padre y gritarle: "Papá, papá, ¿lo has visto? ¡Ha volado!".
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