viernes, enero 23, 2009

Pero ir en avión sí que me gusta

Pongamos que alguien abre al fin los ojos y decide premiarles por su estupendo trabajo cotidiano. Pongamos que deciden concederles el Gran Premio del Jurado a la fotocopia más nítida, al parterre mejor nivelado o al mejor guión original. Por ejemplo. Pongamos que les anuncian que la entrega del mismo se les hará en la maravillosa ciudad de Berlín, donde les instan a acudir en estancia de cinco días con todos los gastos pagados. Por ejemplo. ¿Cómo vivirían el proceso? Radiantes, por supuesto. Porque son ustedes personas completas, personas de verdad. Yo en cambio lo viviría instalado en una centrifugadora emocional. Recibiría la noticia con disgusto, transitaría los días previos al viaje en estado colindante con la pura enfermedad, y al llegar a mi destino me comportaría como un demente, mareado y tartamudo, incapaz e irreconocible. Porque yo detesto viajar. Es importante aclarar este punto.
Cuando suena el despertador llevo dos horas despierto. He dormido fatal, atrapado en cien sueños microscópicos poblados de personas inconvenientes. Mientras me ducho trato de controlar la náusea. El dolor de estómago es considerable, así que apenas desayuno. Hago la maleta -siempre el mismo día, nunca antes- y salgo de casa. Hasta tres veces me atrapa la certeza de que olvido algo importante, y las tres veces vuelvo para de nuevo volver a salir. Tomo el metro. El vagón está medio vacío, así que me siento, pero enseguida me levanto y decido que mejor de pie, mucho mejor de pie. Frente a mí hay sentada una pareja. La comunicación es inexistente, pero van tomados de la mano. A mi izquierda se sientan dos chavales con pantalón de chandal y chaqueta vaquera que contemplan sin demasiado interés la pantalla de un teléfono móvil. Cuando llegamos a la siguiente parada sube una madre con dos hijos, la parejita, dos niños adorables, guapos y simpáticos, que hacen que todo el pasaje esboce un gesto de ternura. Yo considero la idea de irme a otro vagón, pero finalmente la desecho. Se sientan a mi lado, a mi derecha la niña, más allá su hermano. La niña mira a la chica de la pareja que hay enfrente, y ésta le devuelve un gesto divertido y a continuación aprieta con fuerza la mano de su novio. Después la niña clava sus ojos en mí. El dolor de estómago se hace insoportable. Trato por todos los medios de evitar su mirada, a ver si se aburre, pero no ceja en su empeño, así que finalmente trato de dedicarle yo también un gesto amable, aunque lo único que me sale es una mueca lamentable. Y a continuación la niña me habla. Señala mi maleta y me pregunta qué llevo dentro. Y le respondo que llevo a Harry Potter descuartizado. No sé por qué digo eso, en cuanto las palabras abandonan mi boca me arrepiento, pero ya es demasiado tarde. El rostro de la niña vira de la alegría a la congoja a lo largo de unos instantes que se me hacen eternos. Y finalmente rompe a llorar. La madre me mira con una mezcla de incomprensión y miedo. La chica de enfrente me mira con puro odio. Su novio se tapa el rostro con ambas manos. Los chavales del móvil se ríen, a carcajadas. La madre trata de consolar a su hija, pero cada palabra que le dedica consigue tan sólo exacerbar el llanto. Luego comienza a recriminarme. Cómo se puede ser tan mala persona y tan desagradable y no sé qué más. Trato de disculparme. Le digo que no pretendía hacer llorar a la niña, que sólo pretendía hacerle una broma, que hay días que no estoy para nada. A estas alturas ya todos se fijan en mí. La madre me dedica un insulto antiguo y elegante, toma de la mano a sus hijos y se va un poco más allá. El tipo de enfrente se ríe y su novia le da un golpe y le dice que no lo haga, pero al final ella también se ríe. Los chavales del móvil se dan golpes y gritan "¡y pocoyó descuartizado!" y cuando les miro me señalan con el dedo y dicen "¡qué punto!". Llega la siguiente parada y aunque no es la mía me bajo. Me quedo paralizado en el andén. Respiro hondo. Aún voy bien de tiempo. Mientras espero el siguiente tren rememoro la escena una y otra vez, pero por muchas vueltas que le doy no consigo que me resulte ajena. Harry Potter descuartizado. Seré gilipollas.
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