viernes, enero 30, 2009

Gente sencilla

Hoy he quedado con Martina para merendar, que es para lo que quedan las madres con carrito. Ni para vernos ni para tomar café: para merendar. Y si bien siempre resulta todo un placer quedar con ella, he de reconocer que ahora me da un poco de miedo. Antes quedabas con Martina y llegaba y te abrazaba y con ello te daba de comer la fantasía durante un mes. Ahora llega, te abraza, y al que da de comer es a tu traumatólogo.
Cr-cr-crack.
Cuando las mujeres embarazadas dan a luz desencadenan todo tipo de procesos, normal, la responsabilidad, el cambio radical, la trascendencia, la hormona, circunstancias que irremediablemente afectan a su comportamiento, hasta el punto de que incluso las hay que generan un odio irrefrenable hacia el vástago, una cosa horrible. Pero a un nivel menos dramático todas se entregan de una forma u otra a decisiones de lo más diverso. Las hay, muchas, a las que les da por cortarse el pelo a media melena, en algo que dicen tiene que ver con la prisa pero que sospecho tiene también que ver con muchas otras cosas. Otras se entregan al coleccionismo de cosas absurdas, a la lectura de trilogías mastodónticas o al restablecimiento de relaciones con familiares de segundo grado y viejos compañeros de colegio. Y luego está lo de Martina, atrapada en lo que llamo el síndrome Madonna: tras el embarazo te ves con unos quilitos de más, y te propones recuperar la forma y se te va la mano y acabas como el puto Terminator. Las mujeres que en un momento dado han vivido de su cuerpo son capaces de una disciplina para con el mismo que a muchos les puede parecer excesiva, pero que en el fondo tampoco dista mucho de ese maltrato recreativo al que algunos nos sometemos día sí, día también. Y a ese algo espartano se suman en el caso de Martina un carácter nada amigo del andarse con rodeos y una aversión indisimulada hacia esa actividad tan maravillosa llamada "perder el tiempo", y así llegamos a este punto, en el que le ha dado por correr, nadar, hacer pilates, y a saber qué más. Y la chica, que es de músculo largo, ahora se te acerca a la mesa y parece que está talonando para saltar dos diez. Y mueve el carrito del niño, niño duérmete, y el niño en vez de dormirse parece que va a salir volando. Y hace ese gesto suyo de reírse y darte un golpecito, y te empotra contra la puerta. Da miedo.
Y, en fin, creo que esto es todo. A continuación podría hacer un esfuerzo por tratar de explicar cómo me siento, pero total para qué, si la canción que hay ahí a la derecha en el player lo explica mejor de lo que pudiera hacerlo yo con un millón de palabras. La lentitud exasperante, la molicie y tan a gusto, la melancolía que sí pero no, la melodía que cambia tan sólo para acabar siendo igual. Estoy ahí dentro. Yo hoy estoy ahí dentro.
blog comments powered by Disqus