Abocado a una semana profusa en tiempos muertos, con sus fasten your seatbelt y sus cafés en vaso de papel y sus sandwiches de mierda, decidí imprimirme dos años de mí mismo para utilizarlos como literatura de tránsito. Dado que nunca me releo, por algo que suelo denominar pudor pero que tiene más que ver con un arrepentimiento de resaca, con un despertar y descubrir que te acostaste con la persona equivocada, pensé que de esta manera, sacándome de encima el contexto, quizás pudiese dar con alguna clave oculta o alguna piedra ya tropezada. Y, eso, que me leí, y lo que encontré fue, entre mucha vanidad y mucho chichinabo, a un impostor en lo básico y un superfluo en lo accesorio, alguien a quien de no ser por la considerable estima que me profeso a mí mismo denominaría "un comemierda". O sea, lo esperado. Todo bien. Continuemos pues.
Hoy me ha llamado Marta y me ha dicho que Nueva York está cada vez peor, a pesar de que en esta estación la gente parece empeñada en vestir ropas de colores, lo cual debiera significar (esto lo dice ella, yo no estoy de acuerdo) algo bueno. Luego me ha contado que sorteó con sus dos compañeras de piso las habitaciones, y que quedó última y que por eso le ha correspondido la habitación menos luminosa, y, en general, ha insistido mucho en destacar los aspectos más negativos de su presente, creo que dando por ciertas demasiadas cosas. Más tarde, en la misma tónica, se ha empeñado en disculparse por algunas cosas que me dijo el día en que le di todas las razones para marcharse que necesitaba, y que si no debí llamarte esto y que si no debí llamarte aquello, todo demasiado serio, todo demasiado gris, por lo que cambiando de tema le he comentado que su voz me sonaba como si estuviese tumbada en la cama. "Pues sí", ha afirmado, algo desconcertada, y a continuación, suavizando la voz y espaciando mis palabras, le he preguntado: "¿y qué llevas puesto?". Y ella se ha reído, se ha reído mucho, con su risa perfecta ("tu risa perfecta, y tu boca lejana"; bah, tengo que dormir más), y después todo ha ido mejor, y hemos hablado del calzado marca D.A.T.E, de la codicia como virtud, y de una canción de los Ramones.
Tras colgar he recordado, no sé muy bien por qué, cierta ocasión en la que, fruto de una apuesta estúpida ideada por gente estúpida en su momento de mayor estupidez, entré en una tienda de moda, una boutique, y le pedí a la dependienta, una mujer a la que no había visto en mi vida, que se casase conmigo. Y me dijo que sí. Y aún hoy sigo pensando que lo decía en serio. Luego estuvimos un tiempo saliendo, y ella alargaba la broma y decía cosas como "este fin de semana vienen mis padres de Vitoria, podías aprovechar para pedirles mi mano", o "¿tú que has hecho hoy? yo he estado en Pronovias". Y ahora mismo no recuerdo cómo acabó todo, supongo por tanto que sería por mi culpa, pero lo que sí recuerdo de aquello es una considerable dicha y, por más que lo intento, ni un sólo sinsabor. Y, pues eso, que yo de verdad que ya no entiendo nada.
jueves, octubre 16, 2008
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