Ayer pasé el día batido en retirada, recluído, ajeno al escrutinio de los satélites de vigilancia, haciendo recuento de bajas y entregado a las labores de intendencia menos exigentes en lo intelectual, caldo de cultivo ideal para pensamientos de entretanto. Así, mientras fregaba el suelo del baño se me ocurrió que no existe peor soledad que la que se vive en compañía, y mientras limpiaba los cristales del salón se me ocurrió que los que gustamos de hablar sólos pasamos mucho más desapercibidos desde la irrupción de la tecnología bluetooth, y mientras probaba el punto de sal de los spaghettis con ragú de emperador y salsa de pimiento rojo se me ocurrió que semejante manjar merecía más de un piropo, por lo que, ataviado con mi delantal de 'Toledo calidade' y espumadera en ristre, salí de casa, atravesé el descansillo y llamé al timbre de mi vecina. Mi vecina es una persona de verdad, una persona de las de aumento salarial, vacaciones en la playa y mañana me voy a la boda de un primo lejano, muy distinta a las personas de trapo que suelo tratar, una persona cuya compañía me resulta en ocasiones reconfortante. Pero esta vez quien abrió la puerta no fue mi vecina, sino una mujer considerablemente más joven, una muchacha de pelo negro y tez pálida.
- ¡Tú!, ¿qué has hecho con mi vecina?
Su contestación fue algo así como "mio entiende español poco", así que repetí la pregunta en inglés, bajando la espumadera, no fuese a tomarla por prueba de hostilidad. Y me contó que, al parecer, mi vecina y ella pertenecen a una comunidad online cuyos miembros gustan de intercambiar sus viviendas durante periodos establecidos. Y yo me voy a tu casa y tú te vienes a la mía. En este caso, durante diez días. Como en la peli esa tan absurda. Una vez aclarado el asunto nos presentamos, y a continuación le dije que acababa de elaborar un plato exquisito, que sería una pena desperdiciarlo, que había vino, y que mi son era de paz. Y sin pensarlo dos veces y en muestra de carácter abierto cerró la puerta tras de sí, y pasamos a mi salón, y mientras yo servía los platos ella puso la mesa, y abrimos la botella de vino, y brindamos, y cenamos.
- El pescado estaba un poco seco, pero por lo demás todo muy rico.
La muchacha pálida me contó que en su Bergen natal hay un mercado de pescado que ofrece una variedad de género infinita, y me contó que un familiar cercano resultó el único superviviente de un naufragio de gran impacto mediático, y me contó que este viaje no estaba resultando exactamente como esperaba, que quizás había puesto demasiadas esperanzas en él, y que, en definitiva, se sentía embargada por un considerable sentimiento de decepción. Hablamos de todo eso, y después hablamos de muchas más cosas.
Esta mañana cuando he abierto los ojos la noruega estaba sentada al borde de la cama, mirando a través de la ventana en gesto de evidente melancolía.
- Oye, ¿en esta ciudad amanece siempre tan nublado?
- Siempre.
viernes, octubre 24, 2008
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