viernes, agosto 29, 2008
Cae fiebre como nieve
Esquivar los halagos y revolcarse en las críticas. Olvidar al instante las alegrías y darle mil vueltas a cada decepción. Rodearse de locos, espantar a los tibios, incomodar a los felices, llenar las esquinas de demonios, hacerse daño. Discutirlo todo, especialmente aquello con lo que se está de acuerdo. Andar sólo cuando no se puede correr, y volar, y subir hasta donde no queda oxígeno, donde se pierde la razón, desde donde se cae a plomo. Escribir, componer, pintar huyendo de lo establecido, evitando lo correcto. Fotografiar al mentiroso en el momento de mentir, el arte no es un telediario. Es la fiebre, la fiebre que cae como nieve. Decirle a las chicas guapas que lo son, y a las que no lo son también, porque lo son. Tratar a todas las mujeres como si fuesen únicas y a todos los hombres como si nos debiesen dinero. Y no olvidar nunca a los que se fueron, no olvidarla a ella. Rehuir las nóminas, en lo laboral y en lo sentimental, evitar los créditos, en lo financiero y en lo sentimental, y sortear lo común, especialmente en lo sentimental. Mirarse en todos los espejos y jugar al ajedrez con la muerte. Fingir que todo importa, fingir que no sabemos cómo acaba esto, cortarse los hilos. Pedirse el lanzamiento decisivo, dar el paso al frente cuando llega el enemigo, hacer cima. La carne en el asador, el momento de la verdad, el ahora o nunca y todo eso. Existir con estrépito, buscar pelea, dormir lo justo, respirar a gritos, follar mirando a los ojos. Cuando nos aburrimos somos todos iguales, cuando nos movemos no nos parecemos en nada.
jueves, agosto 21, 2008
Luciano y el sexo
Si esto fuese un blog vigilante de la situación geopolítica ahora podríamos hablar de Gori, el Tibet o el disputado voto de los habitantes de Missouri. Si fuese un blog culinario les podría dar mi receta del escalope parmesana o un par de trucos para darle gracia a unas hamburguesas caseras. Pero esto es tan sólo un blog personal, o sea, un simple ejercicio de narcisismo, bochornoso como el diario de una quinceañera y asfixiante como las memorias de un filósofo sifilítico, sin espacio más allá del yo que para el mi y el me. Y si nada les sucede, ni al yo ni al mi ni al me, nada hay que contar. Estos días vivo sometido al canto de sirena de la rutina, habitante del postizo universo que conforma lo habitual. Estos días quedo con ésta y vamos a cenar a restaurantes con terraza, y quedo con estos y bebemos y hacemos el ridículo, y quedo con aquellos y alunizamos en tiendas de postín y saqueamos farmacias de guardia. Lo de siempre. El sopor. No sé. A ver, podría contarles que ayer noche trataba de conciliar el sueño, cosa harto complicada en días tan ociosos, serían las tres de la mañana, cuando comenzó a llegarme a través de la ventana un ruido, un leve susurro que en cuestión de segundos mutó en todo un surtido de alaridos primitivos y gemidos apasionados, una mujer proclamando a gritos su disfrute. Ahs y uhs y asís y ahoras. Media hora de función. Una cosa preciosa. Y esta mañana, cuando he salido de casa, la del séptimo me ha dedicado un gesto de desaprobación y el del tercero una mírada pícara. Al parecer todos han decidido adjudicarme un papel protagonista en el espectáculo nocturno. Y aunque me halaga el que me intuyan tal capacidad de proporcionar alegría, prefiero no dejarme llevar por la euforia pues sé que por las mismas pronto me responsabilizarán de una botella rota en el portal o una pintada en el espejo del ascensor. Eso se lo explicaba esta mañana a mi madre (tu hermana está de vacaciones, tengo que ir al banco, acompáñame) y ella ha dicho el ya clásico "algo habrás hecho". Como si este cuervo se hubiese criado sólo. Luego en el banco nos hemos sentado frente a una mujer vestida de azul y mi madre ha comenzado a hablar y la mujer de azul la ha mirado como si fuese una extraterrestre y luego me ha mirado a mí y luego a ella y luego a mí, así que no he tenido más remedio que tomar las riendas de la conversación. Y cuando hemos salido del banco he dicho "joder, mamá, llevas aquí casi veinte años y sigues hablando como el culo", y ella ha respondido "todos, para todo, tenemos nuestros días mejores y nuestros días peores". Lo cual, de acuerdo, ya sé que como anécdota no vale gran cosa, pero ya les avisé de que no tenía nada que contar, y, qué demonios, ¿verdad que en el fondo les resulta enternecedor ver a este desnutrido mental hablando de su madre?
martes, agosto 12, 2008
Tejiendo lunas
Pues sí, soy yo. El encargado de todas las mañanas subir a encender el sol. Así que lo siento, pero entiendan que yo jamás pedí esta responsabilidad, por lo que no les extrañe si tres, cuatro días al año no puedo cumplirla, porque tenga algo mejor que hacer, o simplemente porque se me olvide. Y además lo de hoy ni siquiera ha sido un olvido, ha sido que ayer me acosté tarde y hoy me he quedado dormido, y cuando me he despertado el responsable de plantar las nubes había aprovechado mi ausencia para poner lo suyo, a pesar de que en el programa venía especificado con absoluta claridad que hoy tocaba sol. Aqui el que no corre, vuela. Pero bueno, que ya está arreglado, que ahí tienen su sol y aquí no ha pasado nada.
Sí, estos días duermo poco y a deshoras, soslayo mis obligaciones, muestro una peligrosa tendencia a meter la pata, y en general mi existencia viene siendo lo que se dice una zapatiesta. Para rematarlo, hace unos días un desalmado me hizo una oferta laboral muy jugosa, una cosa con muchos ceros, lo cual me obligó a volver a explicar que no, que a mí no se me compra con dinero, cosa que me pone de muy mala leche. Y sospecho que fue ese estado de malhumor, junto a otras tres o cuatro cosas que ahora no vienen al caso, las que motivaron que el mismo día, unas horas más tarde, en casa, mi chica me lanzase a la cabeza un paragüero. Exacto: intento de homicidio por agresión con objeto contundente. Esto marcha. El caso es que esquivé como buenamente pude el paragüero, uno bien macizo, que acabó estrellándose contra un ventanal, el cual saltó hecho añicos. Y ahí lo tengo, cubierto con un plástico hasta que el cristalero vuelva de Calpe, localidad donde pasa unas merecidas vacaciones. Y aunque he de reconocer que estos arrebatos de violencia incontrolada a mí me ponen cachondísimo, no es menos cierto que los suelo preferir si no llevan aparejado semejante dispendio. Que a mí no se me comprará con dinero, pero los cristales tampoco se compran con besos.
Sí, estos días duermo poco y a deshoras, soslayo mis obligaciones, muestro una peligrosa tendencia a meter la pata, y en general mi existencia viene siendo lo que se dice una zapatiesta. Para rematarlo, hace unos días un desalmado me hizo una oferta laboral muy jugosa, una cosa con muchos ceros, lo cual me obligó a volver a explicar que no, que a mí no se me compra con dinero, cosa que me pone de muy mala leche. Y sospecho que fue ese estado de malhumor, junto a otras tres o cuatro cosas que ahora no vienen al caso, las que motivaron que el mismo día, unas horas más tarde, en casa, mi chica me lanzase a la cabeza un paragüero. Exacto: intento de homicidio por agresión con objeto contundente. Esto marcha. El caso es que esquivé como buenamente pude el paragüero, uno bien macizo, que acabó estrellándose contra un ventanal, el cual saltó hecho añicos. Y ahí lo tengo, cubierto con un plástico hasta que el cristalero vuelva de Calpe, localidad donde pasa unas merecidas vacaciones. Y aunque he de reconocer que estos arrebatos de violencia incontrolada a mí me ponen cachondísimo, no es menos cierto que los suelo preferir si no llevan aparejado semejante dispendio. Que a mí no se me comprará con dinero, pero los cristales tampoco se compran con besos.
miércoles, agosto 06, 2008
A golpes de calor
Llama mi hermana y propone que vayamos a pasar el sábado en su casa. Podemos comer aquí y darnos un baño. Un baño. Además, los niños tienen muchas ganas de verte. Vamos.
Hola, pasad. Besos. Juego con mis sobrinos a la pelota, juego a ponernos ramas en el pelo y juego a vamos a tocarle los cojones al tío. Mi hermana saca unas ensaladas y preparamos unas hamburguesas. ¡Mira que olvidar los pepinillos! ¡La sangría está riquísima!. Luego los niños corren, los niños se pegan, los niños lloran, los niños se calman. Y el pequeño se queda dormido, la mediana se tira en el cesped a pintar y la mayor se va al salón a jugar con la nintendo. Marta y mi hermana se van al extremo opuesto de la piscina y se sientan en el borde, los pies en el agua. Y charlan. Mi cuñado me pone una copa y acerca su silla a la mía.
- Los tomates de hoy en día son como uvas gordas, sólo agua.
¿De qué habla? ¿Será una indirecta? Lleva todo el día comportándose conmigo con inusual amabilidad. Demasiada. Ni rastro de su habitual hostilidad, de su semblante de desaprobación. ¿De que va esto? Me pregunto qué sucede. Y se me ocurre que quizás sufra una enfermedad terminal que mi familia ha decidido ocultarme, y que mi cuñado se ha propuesto ser amable conmigo, al fin, durante los últimos días de mi vida. Sí, eso es: una enfermedad terminal.
Miro a Marta y Eva. Siguen hablando. Una conversación seria, de gestos intensos, sin espacio para una sonrisa. Parece que hablan de algo importante. ¿De qué cojones estarán hablando?
Mi sobrina se cansa de pintar y se levanta y se sienta en mis rodillas. Pasa las yemas de sus dedos por mi antebrazo.
- Tito, ¿cómo te hiciste esto?
- Con una reja, cariño, tú nunca intentes saltar una reja.
Héctor celebra mi respuesta con una sonrisa. Una sonrisa amable, un gesto de gran empatía. Mierda, ¿de qué demonios va todo esto? Se me ocurre que quizás se haya desatado una guerra nuclear, una noticia que mi familia ha decidido ocultarme, y que mi cuñado se ha propuesto ser amable conmigo, al fin, los días previos a que nos frían a todos como a sardinas. Sí, eso es: una guerra nuclear.
Vuelvo a mirar a Marta y Eva. Ya no hablan. Sólo miran el agua en silencio, y con los pies provocan ondulaciones que se extienden por el resto de la piscina. Me fijo en sus manos, en sus ojos. Sí, eso es. Hablaban de mí. Esto se acaba.
Dios, yo no sé qué sería de mí si no existiera la música.
Hola, pasad. Besos. Juego con mis sobrinos a la pelota, juego a ponernos ramas en el pelo y juego a vamos a tocarle los cojones al tío. Mi hermana saca unas ensaladas y preparamos unas hamburguesas. ¡Mira que olvidar los pepinillos! ¡La sangría está riquísima!. Luego los niños corren, los niños se pegan, los niños lloran, los niños se calman. Y el pequeño se queda dormido, la mediana se tira en el cesped a pintar y la mayor se va al salón a jugar con la nintendo. Marta y mi hermana se van al extremo opuesto de la piscina y se sientan en el borde, los pies en el agua. Y charlan. Mi cuñado me pone una copa y acerca su silla a la mía.
- Los tomates de hoy en día son como uvas gordas, sólo agua.
¿De qué habla? ¿Será una indirecta? Lleva todo el día comportándose conmigo con inusual amabilidad. Demasiada. Ni rastro de su habitual hostilidad, de su semblante de desaprobación. ¿De que va esto? Me pregunto qué sucede. Y se me ocurre que quizás sufra una enfermedad terminal que mi familia ha decidido ocultarme, y que mi cuñado se ha propuesto ser amable conmigo, al fin, durante los últimos días de mi vida. Sí, eso es: una enfermedad terminal.
Miro a Marta y Eva. Siguen hablando. Una conversación seria, de gestos intensos, sin espacio para una sonrisa. Parece que hablan de algo importante. ¿De qué cojones estarán hablando?
Mi sobrina se cansa de pintar y se levanta y se sienta en mis rodillas. Pasa las yemas de sus dedos por mi antebrazo.
- Tito, ¿cómo te hiciste esto?
- Con una reja, cariño, tú nunca intentes saltar una reja.
Héctor celebra mi respuesta con una sonrisa. Una sonrisa amable, un gesto de gran empatía. Mierda, ¿de qué demonios va todo esto? Se me ocurre que quizás se haya desatado una guerra nuclear, una noticia que mi familia ha decidido ocultarme, y que mi cuñado se ha propuesto ser amable conmigo, al fin, los días previos a que nos frían a todos como a sardinas. Sí, eso es: una guerra nuclear.
Vuelvo a mirar a Marta y Eva. Ya no hablan. Sólo miran el agua en silencio, y con los pies provocan ondulaciones que se extienden por el resto de la piscina. Me fijo en sus manos, en sus ojos. Sí, eso es. Hablaban de mí. Esto se acaba.
Dios, yo no sé qué sería de mí si no existiera la música.
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