Llama mi hermana y propone que vayamos a pasar el sábado en su casa. Podemos comer aquí y darnos un baño. Un baño. Además, los niños tienen muchas ganas de verte. Vamos.
Hola, pasad. Besos. Juego con mis sobrinos a la pelota, juego a ponernos ramas en el pelo y juego a vamos a tocarle los cojones al tío. Mi hermana saca unas ensaladas y preparamos unas hamburguesas. ¡Mira que olvidar los pepinillos! ¡La sangría está riquísima!. Luego los niños corren, los niños se pegan, los niños lloran, los niños se calman. Y el pequeño se queda dormido, la mediana se tira en el cesped a pintar y la mayor se va al salón a jugar con la nintendo. Marta y mi hermana se van al extremo opuesto de la piscina y se sientan en el borde, los pies en el agua. Y charlan. Mi cuñado me pone una copa y acerca su silla a la mía.
- Los tomates de hoy en día son como uvas gordas, sólo agua.
¿De qué habla? ¿Será una indirecta? Lleva todo el día comportándose conmigo con inusual amabilidad. Demasiada. Ni rastro de su habitual hostilidad, de su semblante de desaprobación. ¿De que va esto? Me pregunto qué sucede. Y se me ocurre que quizás sufra una enfermedad terminal que mi familia ha decidido ocultarme, y que mi cuñado se ha propuesto ser amable conmigo, al fin, durante los últimos días de mi vida. Sí, eso es: una enfermedad terminal.
Miro a Marta y Eva. Siguen hablando. Una conversación seria, de gestos intensos, sin espacio para una sonrisa. Parece que hablan de algo importante. ¿De qué cojones estarán hablando?
Mi sobrina se cansa de pintar y se levanta y se sienta en mis rodillas. Pasa las yemas de sus dedos por mi antebrazo.
- Tito, ¿cómo te hiciste esto?
- Con una reja, cariño, tú nunca intentes saltar una reja.
Héctor celebra mi respuesta con una sonrisa. Una sonrisa amable, un gesto de gran empatía. Mierda, ¿de qué demonios va todo esto? Se me ocurre que quizás se haya desatado una guerra nuclear, una noticia que mi familia ha decidido ocultarme, y que mi cuñado se ha propuesto ser amable conmigo, al fin, los días previos a que nos frían a todos como a sardinas. Sí, eso es: una guerra nuclear.
Vuelvo a mirar a Marta y Eva. Ya no hablan. Sólo miran el agua en silencio, y con los pies provocan ondulaciones que se extienden por el resto de la piscina. Me fijo en sus manos, en sus ojos. Sí, eso es. Hablaban de mí. Esto se acaba.
Dios, yo no sé qué sería de mí si no existiera la música.
miércoles, agosto 06, 2008
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