Ayer al parecer era fiesta en esta ciudad, por lo que mi lugar de desayuno habitual se encontraba repleto de personajes desconocidos. Uno de ellos, un retrasado mental, se acercó a mi mesa y me dio su ipod pues pretendía, al parecer, que escuchase una canción. Tardé en entender lo que quería, no por culpa suya sino mía, o más concretamente de una contundente resaca que me nublaba las entendederas. Escucha, dijo, así que me puse los cascos y, enseguida, condescendiente, le dije que era una canción muy bonita, y se los devolví. Pero insistía: escucha, así que me los volví a poner, de nuevo me los quité, y le dije que no, que no conocía esa canción. Y otra vez: ¡escucha! Así que, harto, le dije que vale, que aquella era la canción más espantosa que había escuchado en mi vida y que me dejase en paz, ante lo cual cogió su ipod y se fue. Me sentí un poco mal, pero se me pasó rápido. Salí de la cafetería. Hacía un muy buen día para pasear una resaca, pero tras caminar unos pocos metros decidí volver a casa. Al llegar a la altura del Starbucks vi a mi vecina, sentada con dos amigas. Me hizo un gesto para que me uniese a su mesa.
- ¡Mirad, éste, éste es el tío que no me deja dormir!
Me recibió con una recriminación - desde que te has echado novia no se te ve el pelo -, y luego, sin tapujos, con la autoridad moral que le conceden los numerosos inconvenientes que le he causado, me dijo que le caía mejor aquella otra, la rubita. Me invitó a un café, al parecer era su cumpleaños, y luego me agasajó con todo tipo de reproches, censurando comportamientos, actitudes y compañías, un trato que no me es desconocido, al parecer tiendo a provocarlo, y que la verdad es que tampoco me disgusta: por alguna razón cada reproche me sabe a halago. Me acabé el café, me despedí, y subí a casa. Me sentía melancólico y decidí prepararme una especie de ensalada César.
[En una fuente de horno se disponen dos muslos de pollo, sobre los cuales se vierte la mitad de una mezcla de aceite de oliva, miel, pimienta, el zumo de una lima, tomillo y romero. Una hora a 200. Cuando restan unos diez minutos se incorporan un par de rebanadas de pan untado en mantequilla. Pasada la hora se sacan los muslos, los del pollo, se limpian de huesos y piel, se trocean pollo y pan asados, los cuales se disponen sobre un lecho de lechugas, aliñado el conjunto con la otra mitad de la mezcla, y rematado con unas virutas de parmesano].
Cuando me acabé la ensalada la melancolía aún seguía allí. Una mezcla de melancolía, tristeza, el zumo de una lima, tomillo y romero. También de aburrimiento y ganas de romper algo. Pensé en el pasado, en el presente y en que un día de estos le tengo que pedir a mi vecina el teléfono de esa amiga suya, la morena de pelo corto y dedos finos.
viernes, mayo 16, 2008
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