Ayer me encontraba en lo más profundo de la madrugada, en lo más profundo de un garito infame, en lo más profundo de una canción de electro-house, cuando un tipo se me acercó, me agarró de la pechera y me plantó un beso en los morros. Comencé a gritar "¡que me violan! ¡que me violan!", pero los de mi alrededor se limitaron a celebrar mi llamada de auxilio como si fuese la más simpática de las ocurrencias. Y es que en general se me toma muy poco en serio, y a partir de determinada hora, nada. Y creo que se debe a que bebo cada vez peor. El ir a peor, una constante en todo aquello que hago y/o he hecho a lo largo de mi existencia. Emprendo cada tarea de manera prometedora, en ocasiones incluso se diría que brillante, y a partir de ahí comienzo a perder fuelle, a caer en picado. A degenerar. Mi acercamiento a cualquier disciplina es siempre un imparable viaje hacia la mediocridad. Siempre a peor. Cada vez bebo peor, cada vez escribo peor. Cada vez follo peor. Yo antes follaba como un campeón, ya lo creo. Yo antes era capaz de a la vez satisfacer a tres mujeres, rellenar catorce declaraciones de la renta y levantar un tabique de pladur. Y ahora ya lo ven: un asco, una escombrera. No entiendo como puede nadie querer volver a acostarme conmigo, ni a mí mismo me apetece acostarme conmigo, si en ocasiones duermo en el sofá es para intentar evitarme.
- Amor, ¿te vienes a la cama?
- Ahora voy.
Un horror. En fin. No sé. También podría compartir otro montón de fascinantes sucesos de esta noche loca que me ha dejado la cabeza vuelta del revés, la mente transformada en yermo páramo. Pero es que no me acuerdo de nada, ya digo que cada vez bebo peor. Tan mal que al día siguiente soy capaz de emplear expresiones tan cursis, mediocres y redundantes como yermo páramo. A eso voy.
martes, mayo 13, 2008
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