Cuando llego a casa son las cuatro de la tarde. He quedado con Marta a las ocho en la puerta de un cine, por lo que decido dormir un par de horas, a ver si se me pasa. Me acuesto, pongo el despertador, cierro los ojos, y suena el despertador. Dos horas que han parecido dos segundos. Me siento aún más cansado que al acostarme. Ha sido una idea nefasta. Me levanto y pongo "Here are The Sonics". Mientras me ducho suena "The Witch", "Boss Hoss" mientras me afeito. Salgo de casa y a las ocho llego a la entrada del cine. Marta se da cuenta de que estoy hecho un asco, pero no dice nada. Compramos dos coca-colas y una bolsa de palomitas, y entramos en la sala. En cuanto tomo asiento descubro que no puedo pasar allí ni un segundo más, que preferiría que me insertasen clavos ardiendo entre las uñas a permanecer en ese asiento. Tengo que irme. Y tengo que hacerlo enseguida. Se lo digo a Marta.
- Pero cómo te vas a ir ahora, si acabamos de entrar.
- Lo siento. Tú quédate, en serio, luego te llamo.
- Joder, no me hagas esto.
- Lo siento. No puedo quedarme. Luego te llamo.
Salgo del cine casi a la carrera. Tomo aire. No sé qué otra cosa hacer que seguir andando, sin rumbo fijo. Tras un par de minutos caminando oigo la voz de alguien que me llama.
- Tú eres X, ¿verdad?
Es una muchacha con un peinado muy moderno, rubio platino salvo por un enorme mechón negro en el flequillo. Me abraza y dice "no sabes qué alegría me da verte". Su sonrisa me convence de que me encuentro ante el más bello ser del universo. Ante un ángel. Vuelve a abrazarme, y luego hace un gesto con la mano. Se acerca una amiga.
- ¡Hola!
Dicen que van a una fiesta y me preguntan si quiero ir con ellas, pero antes de que pueda responder me agarran cada una de un brazo y echan a andar. Hablan sin parar. Apenas un par de manzanas después llegamos a nuestro destino. Un portal viejísimo. Subimos tres pisos, sin ascensor, y entramos en una casa enorme, de techos altísimos. Una casa que parece decorada por un demente. Muebles del pleistoceno junto a complementos de Ikea. Tapizados de mil colores y lámparas de araña. Fotos familiares junto a posters de toreros. En medio del salón hay una gran mesa repleta de bebidas de todo tipo. Me presentan a la anfitriona, una chica bajita, pelirroja y con pecas hasta en las palmas de las manos. Me cuenta que celebra el fin de un proyecto, pero no entra en más detalles. Tampoco insisto. Me pongo una copa y me la bebo enseguida. Luego me pongo otra. Cada cierto tiempo la chica del mechón se acerca y me abraza.
- No sabes cómo me alegro de que hayas venido.
La gente entra en el baño de dos en dos. Un baño rosa, totalmente rosa. Las toallas, los sanitarios, las paredes, el suelo, la moldura de la mampara, todo rosa. Definitivamente, a quien ha decorado esta casa le falta un tornillo. Salgo del baño y veo a la pecosa agarrar una botella de ron y beberse la mitad de un sólo trago. Es fascinante. La gente aplaude. Quiero quedarme a vivir allí para siempre, en esa casa de locos. Me noto cansadísimo, y opto por sentarme en un gran sofá de color naranja. La falta de sueño comienza a pasarme factura, aunque se me ocurre que también es posible que alguien me haya echado algo en la bebida, un narcótico o algo, porque tengo la sensación de que todo a mi alrededor va cada vez más despacio. Todos se mueven cada vez más despacio, hablan cada vez más despacio. Me cuesta mantener los ojos abiertos. Cuando estoy a punto de quedarme dormido llega la pecosa y se sienta encima de mí. Es ligera como una pluma. Agarra mis manos y me obliga a rodear su cintura. Se acerca, pienso que me va a besar, pero lo que hace es morderme una oreja. Me hace daño. Se levanta, se va, y acto seguido un tipo que parece sacado del peor catálogo de H&M se sienta a mi lado.
- Menuda zorra está hecha, ¿verdad?
- No hables así.
- ¿Perdona?
- Que no la llames zorra, que delante de mí no se habla así.
Comienza a reirse como si acabase de oír la cosa más absurda del mundo, y luego se va. La chica del mechón vuelve y me abraza. "De veras, estoy contentísima de que hayas venido". Cada párpado me pesa una tonelada. La gente baila, pero apenas se mueve. La gente habla, pero apenas se les oye. Todo va tan despacio que parece a punto de detenerse. Me pregunto qué sucederá cuando todo se detenga. Todo va cada vez más despacio. Más despacio. Más. Despacio.
martes, febrero 26, 2008
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