jueves, febrero 21, 2008

Cuán rápido podré escapar de mí esta vez

Hacía tres vidas que no veía a mi amiga Leo, y la encontré bellísima, radiante y además le va fenomenal, y yo que me alegro. De hecho, me alegro de su éxito más que si fuese mío, lo que estimo supone un argumento en contra de mi legendario egocentrismo. ¿Es posible ser considerado tal, y al mismo tiempo alegrarse más de los éxitos ajenos que de los propios? No lo creo. Así que supongo que esto mío en el fondo no debe ser egocentrismo, sino mera vanidad. Otro pecado capital. Conmigo el asesino de Seven no sabría por donde empezar. Leo también es vanidosa, eso dice, y sus buenas razones tiene. Dos vanidosos tomando un café, dos vanidosos hablando de la vanidad, y también de otras cosas. Hemos llegado a la conclusión de que sólo hay dos países posibles, Francia y Japón; nos hemos conjurado para dejar las drogas, aunque estimamos que tan titánica tarea nos llevará unos años, que hay muchas; y luego hemos hablado de Javier Bardem, otro al que le va fenomenal. Hemos comentado unas palabras suyas acerca de este último personaje que tantas alegrías le está dando, de cómo hubo de construirlo a partir de un peinado metódico y una mirada acuosa, vacía, la mirada de un depredador, y de cómo en un momento dado del largo rodaje se vio sólo, el único español, apartado del resto, pasando las noches sólo en su apartamento, con su peinado metódico y su mirada vacía, reculando ante un personaje que amenazaba con devorar su espacio. Y yo me pregunto si no es eso un poco lo que nos sucede a todos, que no somos lo que realmente somos, sino una mezcla precaria de aquello que somos y de aquello que fingimos ser, por necesidad o por debilidad o por diversión o porque las cosas se dan como se dan, el personaje, diferentes tan sólo en cuanto a las proporciones con las que cada cual sostiene su ecuación. Supongo que lo saludable debe ser contener mucho de lo uno y lo justo de lo otro, pero en fin, eso, yo tan sólo lo supongo, pues uno es de los otros, de los que no acaban de distinguir lo que son, y de los que por eso mismo acaban siendo sólo personaje. Todo personaje. En la caricia, en el lamento, en el pentagrama, todo personaje, todo sombra.
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