lunes, febrero 18, 2008

Alopecia

Yo fui uno de esos niños a los que su madre llevaba siempre con el pelo largo. Supongo que de ahí viene todo. Mi madre me llevaba de la mano. "¡Ay, que niña más guapa! ¿cómo se llama?". Se llama Manolo. Acompañaba a mi madre a hacer la compra. "¡Ay, que ojitos tiene la nena!". Sí, la nena llamada Francisco Javier. Yo siempre le pedía a mi madre que me lo cortase, que quería ir como el resto de los niños, y ella siempre me respondía que cómo me lo iba a cortar, con lo bonito que lo tenía. Así que cuando tenía doce años me rapé, con la ayuda de un amigo, a escondidas. Cuando llegué a casa mi madre no esbozó un gesto de ¡pero qué te has hecho! ni otro de ¡te voy a dar una paliza!, sino uno muy diferente, la ira reemplazada por un vaticinio y un temor. Supo ver que aquello era sólo el comienzo, la primera de muchas. Por cierto, mi hermana de pequeña llevaba siempre el pelo muy corto, qué paradoja. Nadie se preguntaba si sería un niño, que los rasgos de los Bacharach son inequívocamente femeninos, pero sí que le ayudó a perfilar un carácter duro, bien diferente. La seguridad de las cosas en su sitio frente al caos de un flequillo a merced del viento, la franqueza de una mirada siempre en primer plano frente a la huida de unos ojos ocultos. Los pies en el suelo frente a las cosas al vuelo. Ahora ella dirige una clínica, y a mí no me obedece ni el mando a distancia. Ahora ella tiene un marido complementario y tres hijos preciosos, y yo tengo abrigos de seis tejidos diferentes y una pasta en cuerdas y maderas. Ahora ella conoce los secretos de la compenetración con sus semejantes, y yo tan sólo conozco el secreto para llenar mi cama de descerebradas. Ahora ella vive en la seguridad de una remuneración generosa y el conocimiento de cosas útiles, y yo vivo sometido a la dictadura de la imaginación, prisionero del terrorífico universo donde moran las dudas eternas. Bueno. No sé. Eso.
blog comments powered by Disqus