domingo, septiembre 30, 2007
Mi vino de verano
Fresas, cerezas y el beso de un ángel en primavera, mi vino de verano está hecho de todas esas cosas. Bah, suena mejor en inglés: "strawberries, cherries and an angel's kiss in spring, my summer wine is really made from all these things". Grande Lee. Mi vino de verano. El otro día iba caminando con una manzana en la mano y la mente entregada a rememorar pasados amables y concitar futuros estremecedores cuando descubrí que estaba siendo absorbido por el asfalto. Literalmente. Me llegaba a la altura del mentón. Presa del miedo sincronicé pelvis, abdomen y torso, y con un movimiento de reptil me zafé del peligro. Y es que es jodido darle la espalda al presente, siquiera un breve instante, porque el presente no condesciende con la menor distracción. El presente es un tiesto que cae desde un cuarto. El presente es un lunes de dentista y es un empate en casa. Mi vino de verano. Inventario. Salvé a un perrito de morir atropellado y varios desconocidos aplaudieron y me dieron palmadas en la espalda. Trepé hasta lo alto de una escultura de Botero y un guardia con bigote, extranjero al término "arte pop", me obligó a bajar entre aspavientos y amenazas. Me zampé a una rusa de labios carnosos y anatomía de pescadera que tenía la costumbre de echar a correr y pedirme que la alcanzase. En una de estas eché a correr hacia el lado opuesto y ya no volvimos a vernos. Y creo que hubiera podido disfrutar de todo eso, de la rusa y del guardia y de los vítores, si no fuera porque no dejaba de vigilar el suelo bajo mis pies, no le diese por abrirse de nuevo. Y es que es jodido prestarle demasiada atención al presente, porque te marea y te vacía. El presente es un hijo torero. El presente es un sábado con gripe y es una noche en vela. Más. También estuve jugando a veo-veo. Durante dos de las tres horas de un vuelo, con una niña de siete años a quien había correspondido el asiento contiguo. Violeta, un cielo. Y cabezona, que no hubo manera de convencerla de que vaso no es una cosita que empiece con la letra B. En un momento dado su madre se levantó para ir al baño y me dijo "cuídamela", así que procedí a explicarle a la niña que aproveche, que aproveche ahora, que pronto le llegará el día en el que todas las efemérides a su alrededor lo sean de desgracias. Ante eso la niña abrió mucho los ojos y dijo veo-veo. Con la B. Ventanilla.
domingo, septiembre 16, 2007
La habitación del pánico
He pasado la noche del sábado asomado a un abismo. Hubiera preferido pasarla en un bar, por supuesto, pero la he pasado asomado a un abismo. Y no me refiero a un precipicio, una de esas ilusiones que se manifiestan a la luz del día y en las que el presente se distorsiona al ser contemplado a través del cristal del miedo. No, hablo de un abismo, de esos que se abren a oscuras, en los márgenes de un desvelo, en los que es el futuro lo que se distorsiona, en los que es de pánico el cristal, en los que todo pasado parece error y todo presente desierto. Minutos salpicados de sensaciones de pérdida, de la peor, la propia. Esta noche, en el interior de la sima, he comprendido que todos los pequeños éxitos que he logrado en la vida han tenido poco o nada que ver con el coraje y mucho con la verguenza, poco con la perseverancia y mucho con la vanidad. No tengo la sensación de haber logrado nada que quisiese lograr, sino más bien de haber resultado esporádicamente beneficiado por el hecho de que exista tanta gente que confunda el culo con las témporas. Exacto: la inteligencia está sobrevalorada, tanto que el mero concepto es ya una acuarela. Me estoy explicando de pena, lo sé, tengan compasión, ya les digo que he pasado la noche asomado a un abismo. Mi hermana se lo podría explicar mejor. Ella me conoce bien. Cuando me azotan los halagos, viene y me dice: "no te preocupes, ya se les pasará". Otra de las cosas que dice Eva es que todas las rupturas, incluso las más insignificantes, han de ser violentas, repletas de cerámica rota y dedos en la llaga. Y yo casi no recuerdo ninguna que no fuese civilizada y exquisita. No sé qué pensar. Tanta elegancia y tanto a ver si quedamos un día de estos a cenar es indicativo de que algo huele a muerto. A muerto o a tierra quemada. No sé. Ahora recuerdo un verso - olvida la nieve, vive con los tuyos, desciende a la ternura - que no viene a cuento, en absoluto. Como todo lo demás.
miércoles, septiembre 12, 2007
El final anticipado
Alzo la espada y amago un movimiento hacia el flanco izquierdo para acabar atacando por sorpresa el derecho. Mi adversario intuye la maniobra, detiene el golpe y contraataca con fuerza. Es un magnífico contrincante. El combate resulta espléndido. No es casual que los medios especializados hayan tildado el enfrentamiento de "final anticipada". De repente mi rival se quita la máscara, lanza la espada al suelo, me abraza y comienza a lamerme la cara. No entiendo nada. Los alrededores se vuelven nebulosos.
Un click.
Otro click.
Despierto. Abro los ojos. Quien me lame la cara es el perro de Ruth. Si el perro está aquí, Ruth ha de andar cerca, pienso. Estiro un brazo y palpo el cuerpo que tengo a mi lado. No es el cuerpo de Ruth. Ahora caigo: quien hay a mi lado es una gaditana, organiza exposiciones, le encanta hablar de sus sesiones de pilates, llevaba un par de meses tras ella. Un terror inaudito se apodera de mí. Ruth. ¿Dónde está Ruth? Me incorporo. Ruth está en la puerta, con la boca abierta. Ya la he cagado, pienso. Soy un mierda, me digo. Un ser que se arrastra por el mundo dañando a los demás, un golfo, un sinverguenza, alguien en quien no se puede confiar. Un cerdo.
La ventana está abierta.
Pienso en escapar, en huir deslizándome por la cornisa.
Entonces espabilo. Recupero al fin la plena consciencia y me hago una pregunta fundamental: ¿qué coño hace Ruth en mi casa? Yo no estoy con Ruth, yo no le debo fidelidad a Ruth, Ruth no debe entrar en mi casa, no soy yo quien sobra en esta escena.
La gaditana ya ha despertado.
Me dedica esa mirada. Luego se pone a toda velocidad los vaqueros ajustados y la camiseta negra sin mangas. Intenta calzarse sus nike plateadas, pero el perro de Ruth juguetea con los cordones. Lucha con él. Exclama un "¡por favor!" que no va dedicado a nadie, ni siquiera al perro. Yo le podría decir que esto no es culpa mía, que esto no es lo que parece, que no me mire así, que estamos juntos en esto. Pero la situación me provoca tal pereza que no digo nada. Finalmente se va, y al pasar junto a Ruth baja la mirada, avergonzada.
- Es muy guapa...
- Eres una hija de puta.
- Lo siento. Si quieres la alcanzo y le digo que todo es culpa mía, que tú no has hecho nada. No sabes cuánto lo siento.
Deja las llaves sobre la mesilla.
- Ya no lo vuelvo a hacer, ¿ves? Ya no tengo llaves. Lo siento, de verdad, no te imaginas cómo lo siento.
El perro de Ruth gruñe. Se encuentra a los pies de la cama, jugando a destrozar el sujetador que la gaditana ha dejado olvidado en la huida. Le miro. Me gustaría no reírme, pero no lo puedo evitar. Me río. Ruth también se ríe. Mierda.
- Espérame en el salón, anda. Me ducho en un minuto y bajamos a tomar un café.
Entro en el cuarto de baño. Comienzo a rememorar las últimas veinticuatro horas. La verdad es que la cosa tiene gracia. Bastante gracia. Comienzo a reirme. A carcajadas. Durante un par de minutos. Luego vuelve el desamparo.
Un click.
Otro click.
Despierto. Abro los ojos. Quien me lame la cara es el perro de Ruth. Si el perro está aquí, Ruth ha de andar cerca, pienso. Estiro un brazo y palpo el cuerpo que tengo a mi lado. No es el cuerpo de Ruth. Ahora caigo: quien hay a mi lado es una gaditana, organiza exposiciones, le encanta hablar de sus sesiones de pilates, llevaba un par de meses tras ella. Un terror inaudito se apodera de mí. Ruth. ¿Dónde está Ruth? Me incorporo. Ruth está en la puerta, con la boca abierta. Ya la he cagado, pienso. Soy un mierda, me digo. Un ser que se arrastra por el mundo dañando a los demás, un golfo, un sinverguenza, alguien en quien no se puede confiar. Un cerdo.
La ventana está abierta.
Pienso en escapar, en huir deslizándome por la cornisa.
Entonces espabilo. Recupero al fin la plena consciencia y me hago una pregunta fundamental: ¿qué coño hace Ruth en mi casa? Yo no estoy con Ruth, yo no le debo fidelidad a Ruth, Ruth no debe entrar en mi casa, no soy yo quien sobra en esta escena.
La gaditana ya ha despertado.
Me dedica esa mirada. Luego se pone a toda velocidad los vaqueros ajustados y la camiseta negra sin mangas. Intenta calzarse sus nike plateadas, pero el perro de Ruth juguetea con los cordones. Lucha con él. Exclama un "¡por favor!" que no va dedicado a nadie, ni siquiera al perro. Yo le podría decir que esto no es culpa mía, que esto no es lo que parece, que no me mire así, que estamos juntos en esto. Pero la situación me provoca tal pereza que no digo nada. Finalmente se va, y al pasar junto a Ruth baja la mirada, avergonzada.
- Es muy guapa...
- Eres una hija de puta.
- Lo siento. Si quieres la alcanzo y le digo que todo es culpa mía, que tú no has hecho nada. No sabes cuánto lo siento.
Deja las llaves sobre la mesilla.
- Ya no lo vuelvo a hacer, ¿ves? Ya no tengo llaves. Lo siento, de verdad, no te imaginas cómo lo siento.
El perro de Ruth gruñe. Se encuentra a los pies de la cama, jugando a destrozar el sujetador que la gaditana ha dejado olvidado en la huida. Le miro. Me gustaría no reírme, pero no lo puedo evitar. Me río. Ruth también se ríe. Mierda.
- Espérame en el salón, anda. Me ducho en un minuto y bajamos a tomar un café.
Entro en el cuarto de baño. Comienzo a rememorar las últimas veinticuatro horas. La verdad es que la cosa tiene gracia. Bastante gracia. Comienzo a reirme. A carcajadas. Durante un par de minutos. Luego vuelve el desamparo.
lunes, septiembre 10, 2007
A house is not a home
Camino, mientras en mi interior tarareo "A house is not a home", versión Brook Benton. A lo lejos diviso a una pareja que pasea parsimoniosa, conversando mientras conducen un carrito de niño. Pienso: ah, la familia. La estabilidad, el refugio, la red bajo el trapecio. Pasan a mi lado, y oigo a la mujer que dice: "digo yo que no pasa nada porque por una vez le des un puto biberón a tu hija". Pienso: no es oro todo lo que reluce. Pienso: no importa la situación en la que nos encontremos, que siempre seremos capaces de fabricarnos un infierno a medida.
Sigo caminando. A lo lejos veo a dos chavales que sonríen y gesticulan, y que a continuación se despiden chocando las manos y haciendo aspavientos. Pienso: ah, la amistad. La diversión, el apoyo incondicional, la manada. Uno de los chavales pasa a mi lado, y le oigo que musita: "vaya pedazo de gilipollas". Pienso: las apariencias engañan. Pienso: no importa de quién consigamos rodearnos, que la puñalada decisiva siempre nos llegará desde donde menos lo esperemos.
Llego hasta la cafetería. La música de mi cabeza se mezcla con la del bar. JM está sentado a una mesa, leyendo un periódico. Me acerco. Me saluda.
- Hey.
- Hey, ¿qué tal?
- Ya ves, aquí, muerto de asco. ¿Y tú que tal?
- Igual. Aburrido como una maceta.
- Si quieres te dejo un trozo de periódico.
- Va.
Me siento. Pido un café. Ojeo la parte de periódico que me ha correspondido. Las primeras hojas y las últimas. Pienso en un reloj que guardo en un cajón, un reloj que he dejado de utilizar porque, aunque sigue funcionando perfectamente, le he perdido la confianza. Sigo leyendo. Pienso en una frase que he leído recientemente y que no consigo sacarme de la cabeza: "hay fuegos domésticos que arden más tiempo que otros porque, de hecho, hay más leña". Sigo leyendo. Pienso: mira, esta noche echan Freaks.
Sigo caminando. A lo lejos veo a dos chavales que sonríen y gesticulan, y que a continuación se despiden chocando las manos y haciendo aspavientos. Pienso: ah, la amistad. La diversión, el apoyo incondicional, la manada. Uno de los chavales pasa a mi lado, y le oigo que musita: "vaya pedazo de gilipollas". Pienso: las apariencias engañan. Pienso: no importa de quién consigamos rodearnos, que la puñalada decisiva siempre nos llegará desde donde menos lo esperemos.
Llego hasta la cafetería. La música de mi cabeza se mezcla con la del bar. JM está sentado a una mesa, leyendo un periódico. Me acerco. Me saluda.
- Hey.
- Hey, ¿qué tal?
- Ya ves, aquí, muerto de asco. ¿Y tú que tal?
- Igual. Aburrido como una maceta.
- Si quieres te dejo un trozo de periódico.
- Va.
Me siento. Pido un café. Ojeo la parte de periódico que me ha correspondido. Las primeras hojas y las últimas. Pienso en un reloj que guardo en un cajón, un reloj que he dejado de utilizar porque, aunque sigue funcionando perfectamente, le he perdido la confianza. Sigo leyendo. Pienso en una frase que he leído recientemente y que no consigo sacarme de la cabeza: "hay fuegos domésticos que arden más tiempo que otros porque, de hecho, hay más leña". Sigo leyendo. Pienso: mira, esta noche echan Freaks.
miércoles, septiembre 05, 2007
Descalzo otra vez, naturalmente
La chica de la zapatería sitúa un dedo en la puntera del zapato y dice que ese, sin duda, es mi número. Un poco más tarde, la chica de la zapatería dice que a pesar de haber pedido carne prefiere beber vino blanco, que está más fresquito. Y unas horas más tarde, la chica de la zapatería me dice "dame tu leche, papi". Y sé que eso, ahora, escrito, es de una obscenidad inapropiada, pero creo que es importante que sepan que al salir de su boca esas palabras me han hecho creer, por un instante, que podría derribar todos los tabiques de mi casa de un sólo soplido.
La chica de la zapatería tiene ideas sorprendentes sobre cada problema de nuestro tiempo. Dice que el terrorismo es producto de la falta de amor en las escuelas. Dice que los incendios son cosa de la propia naturaleza, que se entrega al sacrificio para expiar nuestros pecados. Y un poco más tarde también me dice "ahora hazme el culito, papi". Y sé que eso, ahora, escrito, es de una obscenidad inapropiada, pero creo que es importante que sepan que al salir de su boca esas palabras me han hecho creer, por un instante, que podría derribar todos los edificios de la manzana con un sólo parpadeo.
La chica de la zapatería me trae los botes de conservas para que yo los abra, y cuando lo hago me da un beso. La chica de la zapatería me pregunta la palabra que le falta para acabar el crucigrama, y cuando se la digo me da un beso. La chica de la zapatería me ha pedido que vayamos a la piscina, pero le he dicho que no podía porque necesito acabar un trabajo en el que voy muy retrasado, y me ha dado un beso. Y luego se ha puesto las sandalias y ha dicho "entonces ya ha llegado la hora de que lo dejemos, papi". Y eso, ahora, escrito, no es obsceno ni inapropiado, pero creo que es conveniente que sepan que al salir de su boca esas palabras me han hecho creer, por un instante, que soy el mayor gilipollas de mundo. Que soy como ese que saca tres seises seguidos en el parchís, muerto de un exceso de suerte, como ese que falla en el concurso televisivo sin haber llegado a utilizar ninguno de sus comodines, muerto de un exceso de confianza.
Supongo que nunca volveré a verla, a la chica de la zapatería, la que tiene el verbo de cama fluido y acierta el número que calzas con sólo mirarte. Es una pena. Me hubiera gustado llevarla al cine.
La chica de la zapatería tiene ideas sorprendentes sobre cada problema de nuestro tiempo. Dice que el terrorismo es producto de la falta de amor en las escuelas. Dice que los incendios son cosa de la propia naturaleza, que se entrega al sacrificio para expiar nuestros pecados. Y un poco más tarde también me dice "ahora hazme el culito, papi". Y sé que eso, ahora, escrito, es de una obscenidad inapropiada, pero creo que es importante que sepan que al salir de su boca esas palabras me han hecho creer, por un instante, que podría derribar todos los edificios de la manzana con un sólo parpadeo.
La chica de la zapatería me trae los botes de conservas para que yo los abra, y cuando lo hago me da un beso. La chica de la zapatería me pregunta la palabra que le falta para acabar el crucigrama, y cuando se la digo me da un beso. La chica de la zapatería me ha pedido que vayamos a la piscina, pero le he dicho que no podía porque necesito acabar un trabajo en el que voy muy retrasado, y me ha dado un beso. Y luego se ha puesto las sandalias y ha dicho "entonces ya ha llegado la hora de que lo dejemos, papi". Y eso, ahora, escrito, no es obsceno ni inapropiado, pero creo que es conveniente que sepan que al salir de su boca esas palabras me han hecho creer, por un instante, que soy el mayor gilipollas de mundo. Que soy como ese que saca tres seises seguidos en el parchís, muerto de un exceso de suerte, como ese que falla en el concurso televisivo sin haber llegado a utilizar ninguno de sus comodines, muerto de un exceso de confianza.
Supongo que nunca volveré a verla, a la chica de la zapatería, la que tiene el verbo de cama fluido y acierta el número que calzas con sólo mirarte. Es una pena. Me hubiera gustado llevarla al cine.
domingo, septiembre 02, 2007
Porque no es un muchacho excelente
No saben lo afortunados que son de no conocerme la tercera dimensión, pues les puedo asegurar que estos días soy un verdadero asco. Yo estos días podría ser Antonio Vega. Mi mente se empeña en convocar nieves, huracanes y abismos, y la personalidad, claro, se me resiente. Encanto ninguno. Y si nos vamos a lo escrito, entonces ya se te cae el alma a los pies, todo prosa catastrófica, oligofrénica en retórica y sintaxis, todo material de derribo. Bueno, todo no, qué coño, que el otro día también clavé una diatriba del servilismo, de métrica barroca y ni un adjetivo bien puesto, que me gustó tanto que decidí darle uso en otro formato más alimenticio. Eso es, acéptenlo, infelices: son ustedes segundo plato. Se siente. O no, que al fin y al cabo la verdad es que a este yo de aquí le quiero tanto, o tan poco, como a los otros. Y ya que estamos, pregunto: ¿ustedes se han contado alguna vez los yos? Yo sí. Tengo tres. Yo soy tres.
Todos juntos, los tres, nos fuimos ayer a un bar con unos amiguetes comunes a hablar de muertes, que es lo que se lleva ahora. Al mismo tiempo, en el mismo local una adolescente guapa celebraba su cumpleaños, rodeada de sus adolescentes amigos, todos bebiendo minis de combinaciones denunciables, como mandan los cánones. La homenajeada recibió como regalos un caballete para pintar, unas bolas de petanca y un juego de tocador. Como para adivinarle la personalidad. En un momento dado la adolescente guapa pasó a mi lado y uno de mis yos no pudo reprimir el vocalizar un "yo sí que te hacía un buen regalo, reina", ante lo cual otro de mis yos padeció un inmediato ataque de verguenza no-ajena, y el tercero dijo "y qué piensas hacer con ella, ¿esconderla catorce años en un sótano?". Y aunque el chiste era nefasto los tres nos reímos, pues al menos dos no tenemos escrúpulos, uniéndonos así a la adolescente guapa, quien sorprendentemente había decidido premiar con una simpatía la impertinencia.
Más tarde, volviendo a casa, a la salida de una cafetería me topé con otra adolescente que le daba su número de teléfono a un moreno que, era fácil de adivinar, había conocido esa misma noche. Me fijé en la mirada de la chavala mientras recitaba su seis-uno-cinco, números que el moreno tecleaba en su móvil, y en esa mirada sonriente reconocí, concentradas, casi todas las cosas que importan en esta vida. Y disfruté de la belleza de la postal, por supuesto, pero más tarde, ya en casa, con ambas adolescentes en el recuerdo, no supe si tocarme o meter la cabeza en el horno. Al final lo que hice fue contarme las cicatrices del brazo izquierdo y acto seguido, frente a un espejo, las canas sobre mi sien derecha. Siete de cada. Empate.
Mejor me meto ya en la cama.
Todos juntos, los tres, nos fuimos ayer a un bar con unos amiguetes comunes a hablar de muertes, que es lo que se lleva ahora. Al mismo tiempo, en el mismo local una adolescente guapa celebraba su cumpleaños, rodeada de sus adolescentes amigos, todos bebiendo minis de combinaciones denunciables, como mandan los cánones. La homenajeada recibió como regalos un caballete para pintar, unas bolas de petanca y un juego de tocador. Como para adivinarle la personalidad. En un momento dado la adolescente guapa pasó a mi lado y uno de mis yos no pudo reprimir el vocalizar un "yo sí que te hacía un buen regalo, reina", ante lo cual otro de mis yos padeció un inmediato ataque de verguenza no-ajena, y el tercero dijo "y qué piensas hacer con ella, ¿esconderla catorce años en un sótano?". Y aunque el chiste era nefasto los tres nos reímos, pues al menos dos no tenemos escrúpulos, uniéndonos así a la adolescente guapa, quien sorprendentemente había decidido premiar con una simpatía la impertinencia.
Más tarde, volviendo a casa, a la salida de una cafetería me topé con otra adolescente que le daba su número de teléfono a un moreno que, era fácil de adivinar, había conocido esa misma noche. Me fijé en la mirada de la chavala mientras recitaba su seis-uno-cinco, números que el moreno tecleaba en su móvil, y en esa mirada sonriente reconocí, concentradas, casi todas las cosas que importan en esta vida. Y disfruté de la belleza de la postal, por supuesto, pero más tarde, ya en casa, con ambas adolescentes en el recuerdo, no supe si tocarme o meter la cabeza en el horno. Al final lo que hice fue contarme las cicatrices del brazo izquierdo y acto seguido, frente a un espejo, las canas sobre mi sien derecha. Siete de cada. Empate.
Mejor me meto ya en la cama.
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