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domingo, septiembre 30, 2007
Mi vino de verano
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domingo, septiembre 16, 2007
La habitación del pánico
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miércoles, septiembre 12, 2007
El final anticipado
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Un click.
Otro click.
Despierto. Abro los ojos. Quien me lame la cara es el perro de Ruth. Si el perro está aquí, Ruth ha de andar cerca, pienso. Estiro un brazo y palpo el cuerpo que tengo a mi lado. No es el cuerpo de Ruth. Ahora caigo: quien hay a mi lado es una gaditana, organiza exposiciones, le encanta hablar de sus sesiones de pilates, llevaba un par de meses tras ella. Un terror inaudito se apodera de mí. Ruth. ¿Dónde está Ruth? Me incorporo. Ruth está en la puerta, con la boca abierta. Ya la he cagado, pienso. Soy un mierda, me digo. Un ser que se arrastra por el mundo dañando a los demás, un golfo, un sinverguenza, alguien en quien no se puede confiar. Un cerdo.
La ventana está abierta.
Pienso en escapar, en huir deslizándome por la cornisa.
Entonces espabilo. Recupero al fin la plena consciencia y me hago una pregunta fundamental: ¿qué coño hace Ruth en mi casa? Yo no estoy con Ruth, yo no le debo fidelidad a Ruth, Ruth no debe entrar en mi casa, no soy yo quien sobra en esta escena.
La gaditana ya ha despertado.
Me dedica esa mirada. Luego se pone a toda velocidad los vaqueros ajustados y la camiseta negra sin mangas. Intenta calzarse sus nike plateadas, pero el perro de Ruth juguetea con los cordones. Lucha con él. Exclama un "¡por favor!" que no va dedicado a nadie, ni siquiera al perro. Yo le podría decir que esto no es culpa mía, que esto no es lo que parece, que no me mire así, que estamos juntos en esto. Pero la situación me provoca tal pereza que no digo nada. Finalmente se va, y al pasar junto a Ruth baja la mirada, avergonzada.
- Es muy guapa...
- Eres una hija de puta.
- Lo siento. Si quieres la alcanzo y le digo que todo es culpa mía, que tú no has hecho nada. No sabes cuánto lo siento.
Deja las llaves sobre la mesilla.
- Ya no lo vuelvo a hacer, ¿ves? Ya no tengo llaves. Lo siento, de verdad, no te imaginas cómo lo siento.
El perro de Ruth gruñe. Se encuentra a los pies de la cama, jugando a destrozar el sujetador que la gaditana ha dejado olvidado en la huida. Le miro. Me gustaría no reírme, pero no lo puedo evitar. Me río. Ruth también se ríe. Mierda.
- Espérame en el salón, anda. Me ducho en un minuto y bajamos a tomar un café.
Entro en el cuarto de baño. Comienzo a rememorar las últimas veinticuatro horas. La verdad es que la cosa tiene gracia. Bastante gracia. Comienzo a reirme. A carcajadas. Durante un par de minutos. Luego vuelve el desamparo.
lunes, septiembre 10, 2007
A house is not a home
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Sigo caminando. A lo lejos veo a dos chavales que sonríen y gesticulan, y que a continuación se despiden chocando las manos y haciendo aspavientos. Pienso: ah, la amistad. La diversión, el apoyo incondicional, la manada. Uno de los chavales pasa a mi lado, y le oigo que musita: "vaya pedazo de gilipollas". Pienso: las apariencias engañan. Pienso: no importa de quién consigamos rodearnos, que la puñalada decisiva siempre nos llegará desde donde menos lo esperemos.
Llego hasta la cafetería. La música de mi cabeza se mezcla con la del bar. JM está sentado a una mesa, leyendo un periódico. Me acerco. Me saluda.
- Hey.
- Hey, ¿qué tal?
- Ya ves, aquí, muerto de asco. ¿Y tú que tal?
- Igual. Aburrido como una maceta.
- Si quieres te dejo un trozo de periódico.
- Va.
Me siento. Pido un café. Ojeo la parte de periódico que me ha correspondido. Las primeras hojas y las últimas. Pienso en un reloj que guardo en un cajón, un reloj que he dejado de utilizar porque, aunque sigue funcionando perfectamente, le he perdido la confianza. Sigo leyendo. Pienso en una frase que he leído recientemente y que no consigo sacarme de la cabeza: "hay fuegos domésticos que arden más tiempo que otros porque, de hecho, hay más leña". Sigo leyendo. Pienso: mira, esta noche echan Freaks.
miércoles, septiembre 05, 2007
Descalzo otra vez, naturalmente
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La chica de la zapatería tiene ideas sorprendentes sobre cada problema de nuestro tiempo. Dice que el terrorismo es producto de la falta de amor en las escuelas. Dice que los incendios son cosa de la propia naturaleza, que se entrega al sacrificio para expiar nuestros pecados. Y un poco más tarde también me dice "ahora hazme el culito, papi". Y sé que eso, ahora, escrito, es de una obscenidad inapropiada, pero creo que es importante que sepan que al salir de su boca esas palabras me han hecho creer, por un instante, que podría derribar todos los edificios de la manzana con un sólo parpadeo.
La chica de la zapatería me trae los botes de conservas para que yo los abra, y cuando lo hago me da un beso. La chica de la zapatería me pregunta la palabra que le falta para acabar el crucigrama, y cuando se la digo me da un beso. La chica de la zapatería me ha pedido que vayamos a la piscina, pero le he dicho que no podía porque necesito acabar un trabajo en el que voy muy retrasado, y me ha dado un beso. Y luego se ha puesto las sandalias y ha dicho "entonces ya ha llegado la hora de que lo dejemos, papi". Y eso, ahora, escrito, no es obsceno ni inapropiado, pero creo que es conveniente que sepan que al salir de su boca esas palabras me han hecho creer, por un instante, que soy el mayor gilipollas de mundo. Que soy como ese que saca tres seises seguidos en el parchís, muerto de un exceso de suerte, como ese que falla en el concurso televisivo sin haber llegado a utilizar ninguno de sus comodines, muerto de un exceso de confianza.
Supongo que nunca volveré a verla, a la chica de la zapatería, la que tiene el verbo de cama fluido y acierta el número que calzas con sólo mirarte. Es una pena. Me hubiera gustado llevarla al cine.
domingo, septiembre 02, 2007
Porque no es un muchacho excelente
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Todos juntos, los tres, nos fuimos ayer a un bar con unos amiguetes comunes a hablar de muertes, que es lo que se lleva ahora. Al mismo tiempo, en el mismo local una adolescente guapa celebraba su cumpleaños, rodeada de sus adolescentes amigos, todos bebiendo minis de combinaciones denunciables, como mandan los cánones. La homenajeada recibió como regalos un caballete para pintar, unas bolas de petanca y un juego de tocador. Como para adivinarle la personalidad. En un momento dado la adolescente guapa pasó a mi lado y uno de mis yos no pudo reprimir el vocalizar un "yo sí que te hacía un buen regalo, reina", ante lo cual otro de mis yos padeció un inmediato ataque de verguenza no-ajena, y el tercero dijo "y qué piensas hacer con ella, ¿esconderla catorce años en un sótano?". Y aunque el chiste era nefasto los tres nos reímos, pues al menos dos no tenemos escrúpulos, uniéndonos así a la adolescente guapa, quien sorprendentemente había decidido premiar con una simpatía la impertinencia.
Más tarde, volviendo a casa, a la salida de una cafetería me topé con otra adolescente que le daba su número de teléfono a un moreno que, era fácil de adivinar, había conocido esa misma noche. Me fijé en la mirada de la chavala mientras recitaba su seis-uno-cinco, números que el moreno tecleaba en su móvil, y en esa mirada sonriente reconocí, concentradas, casi todas las cosas que importan en esta vida. Y disfruté de la belleza de la postal, por supuesto, pero más tarde, ya en casa, con ambas adolescentes en el recuerdo, no supe si tocarme o meter la cabeza en el horno. Al final lo que hice fue contarme las cicatrices del brazo izquierdo y acto seguido, frente a un espejo, las canas sobre mi sien derecha. Siete de cada. Empate.
Mejor me meto ya en la cama.
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