domingo, septiembre 16, 2007

La habitación del pánico

He pasado la noche del sábado asomado a un abismo. Hubiera preferido pasarla en un bar, por supuesto, pero la he pasado asomado a un abismo. Y no me refiero a un precipicio, una de esas ilusiones que se manifiestan a la luz del día y en las que el presente se distorsiona al ser contemplado a través del cristal del miedo. No, hablo de un abismo, de esos que se abren a oscuras, en los márgenes de un desvelo, en los que es el futuro lo que se distorsiona, en los que es de pánico el cristal, en los que todo pasado parece error y todo presente desierto. Minutos salpicados de sensaciones de pérdida, de la peor, la propia. Esta noche, en el interior de la sima, he comprendido que todos los pequeños éxitos que he logrado en la vida han tenido poco o nada que ver con el coraje y mucho con la verguenza, poco con la perseverancia y mucho con la vanidad. No tengo la sensación de haber logrado nada que quisiese lograr, sino más bien de haber resultado esporádicamente beneficiado por el hecho de que exista tanta gente que confunda el culo con las témporas. Exacto: la inteligencia está sobrevalorada, tanto que el mero concepto es ya una acuarela. Me estoy explicando de pena, lo sé, tengan compasión, ya les digo que he pasado la noche asomado a un abismo. Mi hermana se lo podría explicar mejor. Ella me conoce bien. Cuando me azotan los halagos, viene y me dice: "no te preocupes, ya se les pasará". Otra de las cosas que dice Eva es que todas las rupturas, incluso las más insignificantes, han de ser violentas, repletas de cerámica rota y dedos en la llaga. Y yo casi no recuerdo ninguna que no fuese civilizada y exquisita. No sé qué pensar. Tanta elegancia y tanto a ver si quedamos un día de estos a cenar es indicativo de que algo huele a muerto. A muerto o a tierra quemada. No sé. Ahora recuerdo un verso - olvida la nieve, vive con los tuyos, desciende a la ternura - que no viene a cuento, en absoluto. Como todo lo demás.
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