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Sigo caminando. A lo lejos veo a dos chavales que sonríen y gesticulan, y que a continuación se despiden chocando las manos y haciendo aspavientos. Pienso: ah, la amistad. La diversión, el apoyo incondicional, la manada. Uno de los chavales pasa a mi lado, y le oigo que musita: "vaya pedazo de gilipollas". Pienso: las apariencias engañan. Pienso: no importa de quién consigamos rodearnos, que la puñalada decisiva siempre nos llegará desde donde menos lo esperemos.
Llego hasta la cafetería. La música de mi cabeza se mezcla con la del bar. JM está sentado a una mesa, leyendo un periódico. Me acerco. Me saluda.
- Hey.
- Hey, ¿qué tal?
- Ya ves, aquí, muerto de asco. ¿Y tú que tal?
- Igual. Aburrido como una maceta.
- Si quieres te dejo un trozo de periódico.
- Va.
Me siento. Pido un café. Ojeo la parte de periódico que me ha correspondido. Las primeras hojas y las últimas. Pienso en un reloj que guardo en un cajón, un reloj que he dejado de utilizar porque, aunque sigue funcionando perfectamente, le he perdido la confianza. Sigo leyendo. Pienso en una frase que he leído recientemente y que no consigo sacarme de la cabeza: "hay fuegos domésticos que arden más tiempo que otros porque, de hecho, hay más leña". Sigo leyendo. Pienso: mira, esta noche echan Freaks.