lunes, julio 09, 2007

Zwischenzug

Me miro en el espejo, directamente a los ojos, por espacio de unos cinco minutos. Espero toparme con no sé muy bien quién, pero allí no aparece nadie, claro. Ya sabía yo que hoy no era el día adecuado para esperar fenómenos fantasmagóricos ni proponer ucronías. Salgo a la terraza, desnudo, otra vez, pues los espectadores -una familia numerosa, un cerrajero en paro, una estudiante de económicas- carecen de la enjundia necesaria para dispararme el pudor. Me dejo caer en una silla y noto algo que me incomoda: un alfil negro, me he sentado encima. Lo miro, deteniéndome en cada detalle. Estos días pienso a menudo en lo mal que me he llevado siempre con mis talentos, y habitualmente llego a la conclusión de que comprender bien algo es un fastidio. Agarro el alfil, lo proyecto con fuerza y me asomo a ver donde cayó. Esta manía mía de asomarme a cualquier pozo, no vayan a creerse, es más atavismo que curiosidad, que misterios quedan pocos y a mí ya sólo me resta un intento. Oigo la pieza golpear contra el tejado de cristal del invernadero y entonces se me ocurre algo. Se me ocurre descolgarme por la terraza. "Un tío en pelotas descolgándose desde un noveno". Suena bien. Así que anudo una cuerda a los barrotes de la ventana y comienzo a descender. Me deslizo con sumo cuidado, tanteando la rugosidad de la cuerda, acompasando movimientos. La sensación es agradable, pero pronto descubro que ese que desciende no soy yo, porque se me posa un pájaro en el hombro y no siento el deseo de despellejarlo a bocados. Aquí pasa algo. Cuando llego a la altura del tercer piso veo a una vecina tendiendo su ropa interior. Su casa desprende un potente olor a lejía y cebolla, un aroma que por alguna razón me resulta familiar. Me balanceo, para acercarme un poco, y le susurro casi al oído que no puede volver a dejarse engañar, que no existe más belleza que la exterior, que todo lo demás es malabarismo. Mis palabras parecen disparar en su interior algún mecanismo averiado y comienza a gritar obscenidades. Esto también me resulta familiar. A estas alturas ya no entiendo nada. Sigo descendiendo, y cuando estoy a un metro del invernadero doy un pequeño salto. Miro hacia arriba. La cuerda. El vecindario expectante. ¿Y ahora qué?
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