martes, julio 10, 2007
Big toys, no boys
Hoy no me apetece escribir ni me apetece nada porque he madrugado y yo cuando madrugo soy un cadáver. En mi casa están grabando estos días un pornete elegante, con muchas maquilladoras y escenas a tres cámaras, y esta mañana han venido prontísimo. No eran ni las diez. He preguntado el por qué del madrugón, que cómo son capaces de ponerse al lío a esas horas, y me han dicho no se qué de la luz y las pieles y el agua. Pues vale. Así que me he ido a tomar un café, que no tenía yo el cuerpo para encajar estímulos de esa índole. Luego he entrado en una tienda de libros de estos de mierda -viajes, fotografías, cocina- y mientras ojeaba la receta del guacamole se ha acercado alguien a saludarme. Era una chica con la que estuve hace la tira de años, alguien a quien pasados los primeros momentos de embeleso llegué a detestar con locura. Entre otras manías, tenia la de detenerse ante cada mendigo y dedicarle unos minutos de conversación, algo que a mi, que soy lo que se podría denominar un desgraciao, me ponía enfermo. Me ha preguntado te acuerdas de mí, y he respondido claro que me acuerdo, y me ha estado hablando de su hija que es un cielo y de su marido que es un biólogo marino. Luego hemos recordado la pelea que tuvimos el día que rompimos nuestra relación. Aquella tarde de primavera entramos en una tienda de esas en las que se venden caramelos y golosinas y frutos secos, y en su interior vimos comprando una bolsa enorme de gominolas a una muchacha que debía pesar unos doscientos kilos. Una vez se fue me acerqué a mi acompañante y le dije que al igual que de los bares echan a los borrachos, de esas tiendas deberían echar a los gordos, que se le quitan a uno las ganas de comprar chucherías, que aquello parecía un anuncio del Ministerio de Sanidad. "Autoridades sanitarias advierten...". Entonces ella me miró con un odio infinito y dijo que jamás había conocido a nadie tan despreciable y me preguntó si no era capaz de respetar nada y blablabla, y luego ya pasamos a otros reproches de índole personal, sexual, en fin, qué les voy a contar, lo de siempre. Hoy nos hemos reído recordando aquello y después nos hemos despedido con un abrazo y un par de frases hechas. Más tarde, de vuelta en casa -los de la película ya estaban recogiendo-, le he comentado este encuentro, sentado en mi terraza y comiendo aceitunas, a una actriz húngara de piernas larguísimas, quien a su vez me ha hablado de un hermano menor que colecciona maquetas de trenes, de reyertas con varios muertos en bares de alterne de Budapest y de sus enormes ganas de conocer la isla de Ibiza. El sol me daba en la cara. Soplaba una brisa fresca. Y por un momento me ha parecido que todo, la actriz porno con ganas de visitar islotes, el hermano que colecciona maquetas, la gente solidaria casada con biólogos marinos, que todo es muy raro pero que a la vez está en su sitio. No sé si me explico. No, ¿verdad?
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