Ahora mismo no sabría distinguir lo del miércoles de lo del martes, ni lo del martes de lo del lunes, ni lo del lunes de lo del domingo. Porque no sucede nada, nada en absoluto. Ni trivial ni extraordinario, nada. Y eso sólo puede significar una cosa: que se aproxima el desastre. Y en la espera me pongo nervioso, y la susceptibilidad se me dispara, y se me contamina el entendimiento, y pierdo pie. Y entonces todo yo soy un asco. Porque no soporto los tránsitos, sean estos una sala de espera o un ascensor, un noviazgo o una adolescencia. En esos estados mi mente siempre convoca las peores de las posibilidades, y comienzo a caminar agazapado, tenso, demente.
Hoy me ha parado una chica que llevaba una carpeta y un boli.
- Disculpe, ¿le puedo hacer unas preguntas?
- ¿Por qué? ¿Qué he hecho?
- No. Nada. Soy de Cruz Roja, y estamos haciendo un... ¿Está usted bien?
No, no estoy bien. Porque me llega el sonido de los tambores de la tragedia y adivino el inconfundible aroma de la barbarie.
Hoy me ha llamado Eva.
- ¿Diga?
- ¡Hola hermano!
- ¿Por qué me llamas? Dios, ¿qué ha pasado?
- ¿Cómo? No pasa nada. Te llamo para quedar a comer. Oye, ¿estás bien?
No, no estoy bien. Porque me llega el sonido de los tambores de la fatalidad y adivino el inconfundible aroma de la desgracia.
Algo importante está a punto de suceder. Y yo hoy quisiera ser otro, quisiera ser muchos.
jueves, abril 12, 2007
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