Estoy bien. Estoy muy bien. Aunque me duele un tobillo. Me cuentan que me lo torcí al saltar desde lo alto de un piano. Yo no me lo creo.
¿Quién puede ser tan gilipollas como para saltar de lo alto de un piano?
Estoy bien. Estoy fenomenal. Estoy echado en el sofá con el pie vendado y un cuenco de pistachos en el regazo. La gloria.
Estoy jugando a las damas con una muchacha que me mira como si compartiéramos un secreto decisivo. No tengo ni puta idea de quién es. Tampoco sé qué coño hace en mi casa, ni cuándo o cómo entró. Parece rusa, o lituana, o finlandesa, aunque a lo mejor me confunden la palidez de sus facciones y su catastrófico acento. Habla de pena. Hace un rato le he dicho "mueve", era su turno, y ella se ha mirado el reloj y ha dicho "no, onse". A lo mejor tan sólo es alguien que arrastra alguna tara psíquica. O a lo mejor la estoy soñando. A lo mejor pertenece a una mafia eslava y se dispone a asestarme catorce puñaladas y luego hacer un estofado Strogonoff con mis vísceras. O a lo mejor me casé con ella, antes de saltar del piano. No lo creo. No me acuerdo. Me ha dicho que no puedo encender la tele porque ayer lancé por la ventana el mando a distancia. Y que también tiré mi cámara de fotos, el altavoz derecho de la minicadena, una raqueta de pádel y el perchero. Eso dice. Yo no me lo creo.
¿Quién puede ser tan gilipollas como para ponerse a lanzar objetos por la ventana y no tirar sus albums de fotos?
Donde antes estaba el perchero hoy hay un árbol de navidad. Tampoco sé de dónde ha salido. A lo mejor venía con la rusa. Es de tamaño mediano. Rojo. No, no es verde, es rojo. Está medio roto, como si hubiera penado su otoño pagando culpas ajenas. Las bolas son blancas y opacas y en todas pone "Burger King" en letras de un tamaño inadecuado. Es feo de cojones. Pero es un árbol de navidad. Hacía muchos años que no tenía un árbol de navidad en casa. Al verlo me entran ganas de abrazar a todo el mundo. Y de comer polvorones y peladillas. Y de sacar la botella de anís y cantar la de los peces en el río. Y de que toda la casa huela a asado. Y de agarrar un aerosol y pintar guirnaldas y papasnoeles en las ventanas.
Y de coger la agenda y llamar por teléfono a todos los números, a todos menos a uno, gritando AUXILIO.
Felices fiestas.
viernes, diciembre 22, 2006
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