martes, diciembre 26, 2006

El gordo ha caído en saco roto, la Navidad en lunes

La gente no me deja en paz. Yo les digo que estoy bien, que estoy fenomenal, pero no me dejan en paz. Se dicen "sobre todo, que no esté sólo". Se dicen "tenemos que ser muy cuidadosos". Me tienen miedo. Pero yo estoy bien. Estoy de puta madre. Tan sólo necesito un minuto. Un minuto para pensar. Uno sólo.

El gordo cae en 7. El 24 cae en Domingo. Mi hermana me llama para recordarme que este año hacemos la cena en su casa. Yo le digo que prefiero no ir, que tengo una resaca espantosa producto de unir dos resacas horribles. Ella no me contesta. Tan sólo se separa un poco del teléfono y grita "¡Héctor, vete a por mi hermano!". Eva es la persuasión, la delicadeza, el ingenio. Héctor es el puto Hércules. Por eso cuando llega a mi casa y con un gesto escueto me ordena que me meta en la ducha lo hago, a pesar de que me he duchado hace apenas veinte minutos. Cuando vamos en su coche Héctor pone un disco. De Ramoncín. Yo esbozo una pequeña sonrisa. Hector me mira.
- ¿Qué?
- No, nada. Nada.
En la cena están los de siempre. Se cena lo de siempre. Se brinda como siempre. Lo demás, también lo mismo de siempre, aunque diferente. Se hace tarde. Voy hasta el minibar a ponerme otro whisky y se acerca mi tío. Me dice que le gusta el nuevo anuncio de Nissan. Me pregunta si es mío. Le digo que no. Me dice que le gusta el nuevo anuncio de Ikea. "El nuevo anuncio de Ikea es cojonudo de verdad", dice. Me pregunta si es mío. Le digo que no. Pienso en decirle que yo no me dedico a la publicidad, pero no lo hago. Total, para qué. Pienso "lo malo de las celebraciones familiares no es que sobre bebida ni que falten drogas, lo malo es que tras acabar de cenar la gente se queda", y me río sólo. Sara y Víctor discuten mientras juegan a las cartas, y gritan detalles comprometidos de su vida sexual. Es realmente tarde. Vuelvo a llenarme la copa y me siento en el sofá con Silvia, mi prima. Silvia acaba de cumplir dieciseis años y por vez primera le han dejado brindar con champán. Ella le coge el gusto y sin que la vean sus padres se aprieta tres copas más. Lleva un pedo de cojones, adolescente, kamikaze. Se acerca y me dice "explícame un poco mejor qué es eso que haces", y pone su mano en el interior de mi muslo. Me levanto de un salto. Respiro con dificultad. Me meto en el baño. Me quedo quieto frente al espejo, mirándome a los ojos. Pienso en muchas cosas. Mi minuto. Pienso también en coger impulso e incrustar mi cabeza contra el cristal. Me digo "a la de una, a la de dos". Empiezo a reirme. A carcajadas. Salgo del baño y me siento al lado de Eva, que me sonríe y agarra mi brazo. Ahora todos están sentados a la mesa contando viejas anécdotas, rendidos a la melancolía. Mi hermana cuenta lo de aquellas navidades en las que introduje unos petardos en el asado y me cargué el horno. Yo cuento lo de aquellas navidades en las que ella trajo a cenar a un tipo con una cresta verde y un imperdible en la nuez. Todos nos reímos y de cuando en cuando bostezamos. Hay tiempo de sobra para ser infeliz. Otro día.
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