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El miedo sabe bien cómo jugar con el tiempo, y se muestra tan capaz de alargarlo hasta el infinito como de convertirlo en apenas un suspiro. Pero al final llega un día en el que el miedo desaparece. Se esfuma, sin más. Y te encuentras en mitad de una noche, una noche cualquiera, y de repente despiertas, desorientado, desvelado, con un regusto a plomo en la boca, con una percepción inexplicablemente física de todos y cada uno de los músculos de tu cuerpo. Sobre todo de los afectados. Y es entonces cuando descubres, aterrado, que lo que de veras te sucede es que añoras, con una intensidad tal que incluso se asemeja a un incongruente dolor físico, aquellos efímeros instantes que precedieron al miedo. El entumecimiento, el calor, el frío, el mareo. Algo que experimentaste tan sólo una vez, apenas una vez, pero de lo que te has convertido en adicto. Adicto al padecimiento.
Al principio tratas de luchar contra ello y es posible que incluso seas capaz de fingir que nada sucede. Si eres lo suficientemente cuerdo serás capaz de sepultarlo durante el resto de tu vida, con absoluta solvencia. Seguro que sí. Pero también es posible que, casi por casualidad, como fue mi caso, por esa querencia al desastre que uno genera cuando se muestra en su estado más vulnerable, descubras que no eres el único que ha reaccionado así. Que hay más gente de la que imaginas en tu misma situación, gente que se organiza en sociedades situadas al margen de leyes y morales, empeñada en la búsqueda incansable de la reproducción controlada de la sensación añorada. Gente que pretende sentir de nuevo. Y fue ahí, exactamente ahí, en una de esas sociedades, donde conocí a Ingrid. Ingrid, una de esas personas que no son otra cosa que una invitación al error, un mayúsculo peligro, un pasaporte seguro hacia la debacle. Una de esas mujeres ante las cuales uno se desarma, hipnotizado, sumiso, entregado, la dignidad cercenada y la mente obnubilada por la poderosa e inexplicable atracción del abismo.
El fotograma pertenece a Babel. Y la banda sonora, no de la película sino del post, es el "German Song" de Come, una canción de verdad, de las que acompañan y conmueven y conducen y completan.