"No te has dignado a cogerme la mano. ¡Ni siquiera te has dignado a cogerme la mano!". El que gritaba era un tipo muy alto de unos veinticinco años, y el objeto de sus gritos era el teléfono de una de esas cabinas que no son cabinas ya que no tienen puertas ni paredes. Su cara enrojeció de ira y comenzó a golpear el teléfono contra la botonera hasta que de un tirón se quedó con el aparato en la mano, el cable colgando. Una mujer de avanzada edad que pasaba en ese momento a su lado le recriminó "será vándalo... ¿qué ejemplo está usted dando a los niños?". Dirigió su mirada hació un banco cercano desde donde, sentados, le miraban unos chavales. Luego echó un vistazo a la mujer que le increpaba, y después al teléfono que había en su mano. Entonces se sentó en el suelo y se llevó las manos a la cabeza. ¿Qué me pasa? ¿Qué he hecho?
Al cabo de unos pocos segundos comenzó a sonar el teléfono de la cabina que acababa de maltratar. Sí, quizás fuese el daño causado, pero no, seguro que era ella, le devolvía la llamada, sí, no había duda. Se levantó de un salto y de una forma casi instintiva cogió el teléfono que tenía aún en la mano y se lo llevó a la oreja. Tras aquel gesto le llegaron desde el banco las risas de los chavales y desde su espalda las de la mujer hostil. Después cogió el cable y trató, desesperado, ridículo, de insertarlo en el agujero del que lo había arrancado. Las risas que le llegaban del banco y de la mujer se hicieron atronadoras, e incluso le pareció que salían también del teléfono, por lo que volvió a llevarse éste al oído, curioso, lo que motivó que uno de los chavales del banco se echase al suelo, retorciéndose entre carcajadas. Desesperado por la imposibilidad de establecer comunicación, caricaturizado por las mofas de los que le rodeaban, cerró los ojos. Dejó de oír las risas. Apretó fuerte los párpados. Cuando volvió a abrir sus ojos, a su lado estaba su novia que le decía "cariño, ¿te pasa algo?, hoy te noto un tanto ausente". Bajó la mirada y vio sus manos tan cercanas, la de él y la de ella, que no le hubiera costado nada unirlas. Sin embargo no lo hizo. Cerró de nuevo los ojos. Poco a poco volvieron las risas...
Fotografía de Jeffery Scott.
martes, agosto 29, 2006
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