1. Una conversión defectuosa lleva a muchos a los errores pasados y les echa a perder para el resto de su vida. El ejemplo de éstos debe, pues, evitarlo todo converso, no sea que, por empezar con desidia el servicio de Dios, se halle de nuevo implicado en los extravíos mundanos.
2. El que es negligente en su conversión, no se da cuenta que las palabras ociosas y los pensamientos vanos son perjudiciales, porque, si vigilase su desidia espiritual, al punto temería como horrendo y atroz aquello que consideraba sin importancia.
3. En toda obra buena hay que temer el fraude y la desidia. Cometemos fraude con Dios cuantas veces, a causa de nuestras buenas obras, nos alabamos a nosotros mismos y no a Dios. Y practicamos la desidia siempre que por abandono realizamos negligentemente las obras de Dios.
4. Toda profesión de este mundo tiene cultivadores celosos y resueltos a ponerla en práctica; y esto es lógico que suceda porque tienen presente la recompensa de su trabajo. Mas el arte del divino servicio tiene muchos discípulos negligentes, tibios, endurecidos por la inercia de su pereza; y esto acontece por cuanto su labor no se ordena a una recompensa en esta vida, sino en la futura. Así, pues, dado que la retribución del salario no alcanza en seguida a su trabajo, languidecen casi perdida la esperanza. De ahí que una brillante gloria aguarde a aquellos que llevan a término, con un resultado más positivo, los principios de la conversión a una vida ejemplar y que con tanta mayor brillantez se disponen a merecer el premio cuanto con mayor firmeza comienzan y llevan a término los trabajos del arduo peregrinar.
5. Algunos, en el fervor primero de la conversión, se aplican a las virtudes; mas, cuando van progresando, se aplican con tanto exceso a los asuntos terrenos, que se ennegrecen con el polvo del apetito más vil; por lo que el Señor dice acerca de las simientes: El sembrado entre espinas es el que oye la palabra de Dios y, a causa de las preocupaciones mundanas o de la seducción de las riquezas, ahoga la palabra, y resulta infructuoso.
6. Los recién convertidos no deben ocuparse de asuntos materiales. Porque, si se enredan con ellos, al punto, cual arbolillos plantados, que todavía no tienen solidez en su raíz, son sacudidos a la vez que aridecen.
7. A veces aprovecha a los conversos, para la salud del alma, el cambio de lugar, pues a menudo, con el cambio de lugar, se muda también el afecto del alma. Por ello, es conveniente ser arrancado, incluso corporalmente del sitio donde uno se entregó a los placeres, ya que el lugar en que uno vivió disolutamente trae a la consideración de su mente todo aquello que en él continuamente pensó y realizó.
San Isidoro de Sevilla (560-636). Sentencias, II, cap. X: La Conversión Deficiente.
Fotografía de Haleh Bryan.
lunes, agosto 28, 2006
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