miércoles, agosto 02, 2006

Ship of fools

El día era maravilloso, bonito de verdad, con un cielo azul perfecto y una brisa delicada que casaba a la perfección con el calor de aquel Agosto. Y el plan para aquella tarde era magnífico: cogeríamos el yate, dos parejas, dos tíos y dos tías, nos adentraríamos en el mar, y una vez bien lejos de las miradas de los demás jugaríamos al strip poker. Por supuesto, siendo verano, la playa, el calor, no había muchas prendas que jugarse, así que decidimos que entrasen en juego el reloj y el calzado. A continuación, establecimos que ellas pudiesen contar como prendas separadas las dos piezas del bikini. Al final, la pareja perdedora se despelotaba y la otra no. Menudo plan. Yo, pongamos las cartas sobre la mesa, nunca mejor dicho, me moría por verle al fin las tetas a C. Mi novia, mientras, o no se daba cuenta de mis intenciones o le daba igual, y lo mismo le ocurría al novio de C. Ambos eran tal para cual: dos floreros, atrezzo, una piscina con forma de melocotón y la profundidad de un charco vespertino.

Comenzamos a navegar, charlando de esto y de aquello, y cuando nos hubimos alejado del puerto deportivo, a la altura de unas calas inaccesibles por tierra, preciosas, para verlas, de veras, comenzamos el juego. Las primeras manos se me dieron de miedo. Yo aún no había perdido ni el reloj y a C ya le quedaba tan sólo el bikini. Pero supongo que después me dejé llevar por la emoción y jugué mal mis cartas, y mi novia lo hizo igual de mal que siempre. El caso es que la cosa se igualó, hasta llegar al momento definitivo, que fue cuando me llegaron unas cartas lamentables, tan lamentables como las de mi pareja. Habíamos perdido, así que mi novia lució su escultural cuerpo, y yo el mío, que tampoco está nada mal.

Pero, claro, me negué a resignarme, yo había ido allí por algo, y propuse volver a jugar. A los dos floreros les pareció bien, pero C tan sólo se mostró dispuesta a aceptar a condición de que nos jugásemos mi barco. Llevado por un deseo un tanto kamikaze acepté, y perdí. Quise seguir, y C propuso que me jugase a mi novia. Cuando sin pensarlo demasiado dije que sí ésta me miró como diciéndome "aunque ganes habrás perdido". Me dió igual, yo sólo quería verle las tetas a C, no había otra cosa en mi mente. Perdí de nuevo. C me propuso a continuación que apostase mi casa y mi coche. Acepté de nuevo y, no me lo podía creer, volví a perder. ¿Qué coño pasaba con aquellas cartas?

Por fin, despojado del grueso de mis posesiones materiales, C dijo, sonriendo, muy segura de su suerte: "ok, ¿y qué tal si ahora te juegas tus poderes sobrenaturales, esos que te permiten lanzar plagas y tormentas, y aliviar penas y enfermedades, y jugar con los destinos de las personas?". Aquello ya era serio, serio de verdad, y me detuve a pensarlo unos minutos. Me pregunté por qué me estaba jugando mis poderes, en vez de utilizarlos. Me pregunté qué sucedería con el mundo si perdía, y también qué pasaría conmigo. Luego le eché un nuevo vistazo al escote de C, y al fin dije: "vale, bien, juego". Mi pareja sonrió despectiva mientras se volvía a poner el bikini. La pareja de C se echó las manos a la cabeza. C dijo: "perfecto, te toca a tí, reparte...".

Fotografía de Brandon Sullivan.
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