"Felicidad se levantaba al amanecer, para no perder la misa, y trabajaba hasta la noche sin interrupción; despues, terminada la cena, en orden la vajilla y bien cerrada la puerta, tapaba los tizones con la ceniza y se dormía ante la lumbre con el rosario en la mano. Nadie más tenaz que ella en el regateo. En cuanto a la limpieza, sus relucientes cacerolas eran la desesperación de las demás criadas. Ahorrativa, comía despacio, y recogía con el dedo las migajas de pan caidas sobre la mesa, un pan de doce libras cocido expresamente para ella y que le duraba veinte días.
En toda estación llevaba un pañuelo de indiana sujeto en la espalda con un imperdible, un gorro que le cubría el pelo, medias grises, refajo encarnado, y encima de la blusa un delantal con peto, como las enfermeras del hospital.
Tenía la cara enjuta y la voz chillona. A los veinticinco años, le echaban cincuenta. Desde los cincuenta, ya no representó ninguna edad. Y, siempre silenciosa, erguido el talle y mesurados los ademanes, parecía una mujer de madera que funcionara automáticamente.
Había tenido, como cualquier otra, su historia de amor".
Extracto de "Un alma de Dios", de Gustave Flaubert (1821-1880).
Fotografía de Frank Bodenschatz, vía Exigeant.