Paladeó el sabor metálico, desató la goma de su brazo y depositó la jeringuilla sobre la mesa, con exquisita delicadeza. Después, como hacía siempre, se reclinó en el sofá, la cabeza hacía atrás, la boca ligeramente abierta y los ojos ligeramente cerrados. Esperó unos instantes y después comenzó a mirar a su alrededor. Del televisor no salían animales mitológicos, ni la mesa echaba a andar, ni las paredes amenazaban con comenzar a latir. No pasaba nada. Se relajó de nuevo, y al cabo de un rato volvió a escrutar los objetos de su alrededor. Nada. No lo entendía, se había metido lo mismo de ayer, pero hoy en cambio parecía no funcionar. Se levantó del sofá y salió a la terraza. Allí alzó la vista al cielo y éste le devolvió su color azul, ni rastro del color púrpura que percibía cuando se colocaba. De repente, le pareció divisar una silueta en el interior de la casa y se sobresaltó. Ese sobresalto le pareció la prueba definitiva de que aquello no estaba funcionando, porque cuando lo hacía, cuando funcionaba, entonces absolutamente nada era capaz de asombrarle.
Regresó con sigilo al interior de la casa y se llevó una monumental sorpresa al descubrir que la silueta que había visto era la de sí mismo recostado en el sofá, la boca ligeramente abierta y los ojos ligeramente cerrados. "Vaya, esto sí que es fuerte", se dijo en voz alta. Permaneció muy quieto, observando a aquel tipo, observándose, y mientras con un interés entre biológico y filosófico trataba de escrutar sus rasgos, sus gestos, de repente aquel yo comenzó a dividirse en dos, un yo que continuaba sentado, inmovil, y otro yo que se incorporaba. Este yo levantado pasó a su lado y salió a la terraza. Allí le vio alzar la vista al cielo, le vio después bajar la mirada con gesto decepcionado, y al rato le vio mirar hacia el interior y estremecerse. Aquel segundo yo volvió con cautela al salón y cuando estuvo a su lado dijo en voz alta "vaya, esto sí que es fuerte", y juntos se dedicaron a contemplar al yo que permanecía sentado. Como era de esperar, éste no tardó en dividirse de nuevo en dos, y en ese momento uno de los yo se volvió hacia el otro y le preguntó "¿tú entiendes esto?". "No", respondió el otro. "¿Qué fin tendrá?", preguntó de nuevo un yo. Y el otro contestó "no lo sé, pero es curioso que cuanto más me divido, más sólo me siento", mientras el tercer yo, de regreso de la terraza y aún con la huella del estremecimiento posada en su rostro exclamaba "vaya, esto sí que es fuerte".
Fotografía de Phillip Toledano.
miércoles, agosto 16, 2006
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