jueves, julio 13, 2006

You never give me your money


Sentados en la última mesa del bar y con nuestras frías cervezas entre las manos hipnotizados contemplábamos el televisor. El canal sintonizado en el bar en cuestión era el Canal 40 Latino (¡con músicas de uno y otro lado!), y tras quedar epatados ante su sucesión de despropósitos audiovisuales pronto coincidimos en organizar un grupo terrorista que se deshiciese de los nombres más nocivos del panorama musical patrio. El primero de nosotros se decidió por Carlos Goñi, obviamente. El segundo, por ese hipertuneado humanoide que responde al nombre de Ana Torroja. Yo, finalmente, opté por la cantante de la Oreja de Van Gogh, dando por supuesto que el título de su último largo, "Guapa", no es mero sarcasmo. Mientras esta subasta de objetivos se sucedía, y enfocando mi vista más allá de odios y cervezas, divisé al fondo del bar unos ojos azules de mujer que se cruzaban con los míos. Casualidad, tal vez. Camuflé levemente mi cabeza tras la de uno de mis amigos. De nuevo aparecieron aquellos ojos azules. ¿Coincidencia, de nuevo?. Tal vez, de nuevo. Escondí esta vez mi cara tras la espalda del otro de mis acompañantes, y en apenas unos instantes volvió a cruzarseme tan marina mirada. Decidí entonces abandonar mi silla y acudir ante aquel foco de promesas, y tras un puñado de frases malabaristas logré que la señorita de mirada azul y sus dos amigas nos acompañasen hasta el próximo abrevadero.

Al cabo entramos en un luminoso bar que se jactaba de jamás dejar salir de sus altavoces nada siquiera comparable con el techno. Una vez allí quedamos de acuerdo en el inmenso talento melódico del Paul McCartney de finales de los 60, y nos dimos la razón en cuanto a que el ratio Lennon / McCartney, definitivamente, y a pesar de las reticencias de muchos, quedaba en un 50/50. 'Across the Universe' y 'Hey Jude' pronto vinieron a darnos la razón. Mientras, la muchacha de ojos azules asistía a mis cada vez más estúpidos comentarios con una perenne sonrisa y un amago de disposición, por lo que no ha de sorprender que pronto nos encontrasemos en el exterior de aquel bar, embutidos en un beso de tornillo. Al instante detuvimos un taxi. Nos besamos. Indicamos al taxista la dirección de mi casa. Nos besamos. "¿Paro aquí?". "No, en el siguiente semáforo". Nos besamos. Saqué las llaves, abrí el portal y entramos en el ascensor. Nos besamos de nuevo, y en el espejo del ascensor de reojo comprobamos que nuestro aspecto fuese el correcto. Entramos en mi casa dando vueltas hasta el salón, como poseidos por un vals, y una vez allí, llevado por un incontenible deseo levanté al fin su pequeña camiseta blanca. Y fue entonces cuando por vez primera divisé el contorno azul de un delfín jugueton tatuado sobre su pecho derecho.

Y yo me pregunto... ¿¡¿en qué demonios puede nadie estar pensando para llegar a cometer la aberración de tatuarse un puñetero delfín en la cima de un pecho tan sobresaliente?!?

Fotografía de Amy Rivera, vía Erotismo Gráfico.
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