domingo, julio 09, 2006

Calendarios

"Oh, déjeme pensar", dice el anciano, ladeando su cabeza de viejo para pestañear dolorosamente al sol mientras recuerda perplejo, "mi primera esposa falleció en la primavera de...". Y por un momento le entra pánico. ¿La primavera de cuándo? ¿Pasado? ¿Futuro? ¿Qué es la primavera sino una estúpida reorganización de las células en la corteza del globo terraqueo, mientras flota eternamente alrededor de su sol? ¿Qué es el propio sol sino una entre mil millones de estrellas camino de la nada? ¡El infinito! Pero pronto las válvulas e interruptores de su cerebro empiezan a hacer su cansado trabajo, y puede decir: "La primavera de mil novecientos seis. O no, espere... -y la sangre se le enfría otra vez mientras las galaxias giran y giran-. ¡Ya lo tengo! Mil novecientos... cuatro". Ahora está totalmente seguro, y un bienestar repentino le hace palmearse involuntariamente el muslo de satisfacción. Puede que haya olvidado la sonrisa de su primera mujer y el sonido de su voz cuando lloraba, pero el hecho de adjudicar a su muerte una serie de cifras también da coherencia a su propia vida, y a la vida misma. Ahora los demás años pueden encajar obedientes donde les corresponda, cada cual con su ordenada contribución al conjunto. Mil novecientos diez, mil novecientos veinte (¡Vaya, pues claro que se acuerda!), mil novecientos treinta, cuarenta... y así hasta llegar a la merecida paz de su presente y seguir hacia la moderada promesa de su futuro. La tierra puede reanudar tranquilamente su quietud ("¡Huele esa hierba fresca!") y es el mismo sol de siempre el que le ha estado sonriendo todos esos años. "Sí, señor", puede decir con autoridad. "Mil novecientos cuatro", y esta noche contemplará con agrado las estrellas, como señales de su definitivo descanso celestial. Ha puesto un orden al caos.

Texto de Richard Yates, extraído de Vía Revolucionaria (1961).

Fotografía de Circle 23.
blog comments powered by Disqus