(Viene de aquí)
Introdujo su ficha en el casillero y se despidió de la recepcionista. Esta le preguntó por sus planes para el fin de semana y se echaron una risas. Siempre estaban flirteando, cuando él bajaba a por café, cuando ella le pasaba una llamada... Era algo que aún se movía en el terreno de lo símplemente travieso, pero sabía que en cualquier celebración de empresa, sonrisas y vino mediante, aquello tenía todos los visos de desatarse. Cuando salió se encontró con el director de su departamento y la subdirectora de contabilidad. Le invitaron a tomar una cerveza en el bar de enfrente, y allí recordaron el incidente que había marcado el día, su disputa con un compañero por un informe de ventas. No soportaba a aquel hombre, el cómo farfullaba excusas, o el cómo cuando veía que sus argumentos eran abatidos levantaba mucho la voz y remataba a voces su propia humillación. Esa tarde, nada más acabar la discusión, se había sentado en su mesa y había mirado alrededor: sus compañeros le hacían gestos cómplices, un guiño, un pulgar en alto. Luego había mirado a su oponente, quien tenía la mandíbula muy apretada y una mano temblorosa sobre una grapadora vacía. Trató de sentir pena por él, e incluso trató de sentirse culpable, pero no pudo. En el bar, la subdirectora de contabilidad decía "no soporto a la gente que suda tanto".
Salió del bar y se dirigió hacia su coche, aparcado al otro lado de la calle. Antes de cruzar se quedó mirando a unas muchachas que, apoyadas en un portal, fumaban. Quedó hipnotizado por el ombligo de una de ellas, visible sobre un cinturón rojo enorme y bajo una camiseta negra corta de tirantes. La muchacha reparó en su mirada y le sonrió, él le devolvió el gesto y cruzó la calle. Pasó junto a una pequeña papelería, y en ese momento le vino al recuerdo la grapadora vacía de su oponente. Se detuvo, introdujo la mano en su maletín, y de allí, tras apartar los cables de su PDA y un manojo de llaves, extrajo el revolver Smith & Wesson Model 9 Magnum, el favorito de su padre. Vaya mierda de herencia me dejó el muy cabrón, pensó. Cruzó entonces la puerta de la papelería, dejó el maletín en el suelo y, con absoluta naturalidad y ante la sorpresa de los allí presentes -la dependienta oriental, un hombre que hablaba por un móvil y una muchacha morena con una mochila a la espalda- agarró el cierre metálico de la papelería y, desde el interior del establecimiento, lo bajó.
Fotografía de Herr Buchta, vía Fleshbot.
viernes, junio 16, 2006
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