miércoles, junio 21, 2006

I found a liquid cure for my landlocked blues


No sé si os he hablado antes de lo muchísimo que me fascinan las mujeres que tras levantarse pasan no menos de cuarenta minutos en el baño. Despiertan ante un toque de despertador, lo detienen, nunca activan el para la mayoría imprescindible snooze, y al cabo de unos treinta segundos se incorporan, el pelo en la cara, morros y mofletes hinchados, la mirada perdida, y entran en el baño. Allí, durante unos veinte minutos, se desata una sinfonía de agua corriente, de botes de cristal y plástico en movimiento, de secadores de pelo al tres, y de puertas y cajones en actividad estrepitosa. Después, durante un instante eterno, el silencio, salpicado tan sólo de esporádicas blasfemias (me cago en su puta madre, será cabrón el...). Tras esos cuarenta minutos, a menudo estirados hasta la hora, la sujeto en cuestión abandona el cubículo envuelta en una toalla mínima y con la melena suelta en desenvoltura fascinantemente natural. Entonces, sentada a los pies de la cama, con un par de movimientos de precisión centroeuropea, visto y no visto, transforma la toalla en una minifalda vaquera, un top azul marino y unas sandalias tobilleras de tira negra (las clásicas Air Judea, revisión Blahnik). Y ahí tú, conmovido por la inmerecida visión de tanta perfección, te acercas, besas su hombro desnudo, y dices "me ducho en cinco minutos y bajamos a desayunar, ¿vale?". Y ella te responde: "ok, pero dame un ratito más, que me tengo que arreglar".

La fotografía de Yôko Matsugane, vía ese manantial de frondosa excelencia llamado Gravure Idol Jo.
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