Y al volver nos recostábamos en aquel colchón que hacía las veces de cama y de sofá, único mobiliario de una habitación de paredes de blancura enfermiza en la que los libros se propagaban asilvestrados por las esquinas. Entonces, los opiaceos trababan nuestro vocabulario y nos empujaban hacia conversaciones indescifrables, camufladas entre frases de sintaxis imposible y salpicadas de recovecos de dispersión. Nos escuchábamos divagar sobre insectos y plantas de colores desconocidos, sobre arquitecturas imaginarias, sobre recuerdos incompletos en los que se mezclaban imaginación y pasado. Todo era maleza y laberinto salvo cuando, de forma siempre inesperada, de repente aparecía una mota de certeza. Como aquella vez, cómo poder olvidarlo ahora, en que me miró fijamente y, abatida por un fogonazo de realidad, me dijo "mira, nunca me ha importado haber caído. Lo que de verdad me aterra es estar cayendo".
Fotografía de Ronny Pleil.
viernes, junio 23, 2006
blog comments powered by Disqus
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)